Aún no conocemos los detalles de la terrible muerte de Debanhi Escobar , pero sí sabemos su desamparo antes de morir. Sabemos, por ejemplo, que una mujer abandonada en una carretera está, de inmediato, en peligro. Sabemos que, en México, la imagen de una adolescente sola, parada al lado del camino por la noche evoca un riesgo inminente. En otros países, uno podría pensar que el estado de derecho y la sociedad en general tienen una solidez suficiente como para garantizarle a esa mujer la más mínima seguridad, al menos la esperanza de llegar a salvo a casa. En México no es así. ¿Cuántos de nosotros, al ver la fotografía icónica y desgarradora de Debanhi parada ahí en la carretera, completamente sola, abrazándose a sí misma en el frío, pensamos que podía sobrevivir? La respuesta revela nuestra tragedia en toda su profundidad.
Asumimos un desenlace terrible porque conocemos este México colapsado. Lo sorpresa habría sido que, en esas circunstancias, Debanhi pudiera haber hallado una manera de regresar esa madrugada a su cama, a su familia, a su vida… asustada, pero a salvo. Pero estamos hablando de México. Y en México, las mujeres viven en peligro.
¿Qué tanto? Los números de feminicidios nos son tristemente familiares. Solo en 2021, diez mujeres murieron asesinadas cada día. En varios estados de México, ser mujer implica un peligro de muerte. O de desaparición. Las cifras más recientes de la Comisión Nacional de Búsqueda son aterradoras. Hay 20 mil mujeres desaparecidas en México. El Estado de México encabeza la lista con dos mil 687 desapariciones. El grupo que está en mayor riesgo son mujeres como Debanhi. Más de 5 mil adolescentes entre 15 y 19 años están, en este momento, desaparecidas en el país.
Haga el lector una pausa e imagine a 5 mil adolescentes juntas. Vea usted sus rostros y piénselas paradas en una carretera, como estaba Debanhi. Ahora imagine, aunque cueste trabajo, el posible destino de esas niñas en un país en el que la trata de personas es una crisis creciente y la esclavitud sexual una bestia brutal y constante. En México, 85 por ciento de las víctimas de trata de personas son mujeres y niñas.
De nuevo: ese es el calibre de nuestra miseria.
Un país que no puede proteger la vida de sus hombres es una desgracia, pero un país que no logra garantizar la seguridad mínima de sus mujeres es algo más. Es una vergüenza, una tragedia moral. Y lo es por lo que confirma de la falta del más elemental estado de derecho, del más mínimo imperio de la ley, inexistente hasta el ridículo.
Pero también es una tragedia moral por lo que revela de, pues sí, los hombres mexicanos. Algo muy grave ha ocurrido en un país en el que los hombres secuestran, amenazan, violan, esclavizan y matan a las mujeres.
Diagnosticar este drama es más fácil que pensar en una solución. En esto como en tantas cosas en México, es evidente que la impunidad es el principal obstáculo. ¿Cuántos de esos hombres que abusan, secuestran o matan a una mujer lo hacen porque saben —en el fondo, saben— que no van a enfrentar consecuencias? Hasta que cada uno de esos casos no termine en la captura y la sentencia del perverso responsable, México seguirá estando en deuda con sus mujeres , que son —y no se necesita mucho para saberlo a ciencia cierta— lo mejor del país.