Rumbo al final de la mañanera del 12 de mayo del 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió proyectar una diapositiva que uno de sus asistentes tenía a la mano. La acción fue súbita, segundos después, se mostraban los rostros de 18 ciudadanos. Una composición de fotografías de frente con los nombres completos de mujeres y hombres cubría la pantalla entera colocada en Palacio Nacional. La identificación fue plena. Como si se tratara de un cartel del viejo oeste. https://youtu.be/S41v6_xdzXE (2:12:35)

Se buscan. Se buscan, pensé. Y sentí un escalofrío. Compartí el miedo que debe padecer cualquiera señalado como enemigo de la patria por el jefe de la patria; un sentimiento que acaricia al terror cuando la etiqueta de traidor la pone el mandatario, con su mano, con su voz, en la plaza pública.

Hubo una ausencia de formas. Ni siquiera a los presuntos criminales se les presenta con su cara y con su nombre. Desde hace algunos años, las autoridades y los medios de comunicación han atemperado la práctica de exhibir a personas sujetas a un proceso penal con miras a proteger su derecho a la presunción de inocencia. Lo sucedido ahora, en cambio, es una situación de vulnerabilidad. De una condena sin delito. De un juicio antes de un juicio. Todo a base de suposiciones. De sospechosismos. De otros datos, sí, pero selectivamente recabados y libremente interpretados.

Es grave. Cualquier funcionario que tiene bajo su mando la fuerza pública debe ser escrupuloso en los mensajes que emite. En México, un presidente municipal, un gobernador, puede pedirle cualquier cosa a su policía, cualquier cosa. Basta una orden. El ejecutivo Federal tiene, además, un sistema de espionaje. También tiene un ejército presto a capturar los blancos que sean así identificados por el Titular de las Fuerzas Armadas. Por eso es riesgoso que el presidente apunte a personas con un ademán propio de quien identifica a un enemigo de guerra: con claridad, sin pruebas y sin piedad. Si una orden es una orden, lo sucedido el miércoles puede desencadenar las cadenas de mando.

Creo en las transformaciones y en el valor histórico de las revoluciones. Son indispensables. Pero sé también que cualquier persona es susceptible de cometer una injusticia, aún sin quererlo. Los líderes sociales no son la excepción. Quienes amasan seguidores tienen además que tener cuidado con lo que pueden provocar en el ánimo de quienes creen en ellos. Expresar animadversión sobre personas específicas coloca a éstas en riesgo de ser linchadas por quienes aman al líder.

Hay un dato más sobre el incidente que me llena de tristeza. Tiene que ver con la calidad profesional, intelectual y ética de quienes fueron exhibidos. Las mujeres y hombres en pantalla han dedicado la mayor parte de su vida a crear un mejor país, una democracia más fuerte y contrapesos a pasados titulares del Ejecutivo Federal, acciones que mucho contribuyeron a que el mismo López Obrador llegase al Palacio desde donde hoy les acusa. Su único delito es el disenso.

Repasando de nuevo las imágenes, lo que vimos el miércoles era una planilla de lotería. Una en donde te ganas el exilio estando en tu propio país. El presidente canta: “El Diablito”, “El Alacrán”, “La Calavera” y pensamos: es contra ellos; el Estado va contra esos otros. Pero no perdamos de vista que en este actuar azaroso surgirán otras planillas, en las que, sin previo aviso, pueden aparecer nuestras propias caras.

Investigadora en justicia penal.
@laydanegrete