Son las 11 de la mañana del 6 de junio de 2021. La mayoría de las casillas en el país han quedado instaladas y la línea de votantes por fin avanza con ritmo hacia las urnas como destino. Dentro de la casilla, entre funcionarios, representantes de partido y los votantes madrugadores, la adrenalina propia del arranque comienza a atemperarse. Han quedado, horas atrás, hasta parecer lejanos en el tiempo, los forcejeos entre protagonistas y actores de reparto. Comienza un periodo de paz. La memoria de este espacio de tiempo es el que usan la mayoría de los mexicanos para recordar el día de la elección. Es una bonita estampa.
Parece que tenemos elecciones ejemplares. Los observadores electorales de todo el mundo admiran con curiosidad turística nuestras manualidades electorales. Las largas filas en orden, el avance de la fila, la entrada a la casilla rumbo a la mesita de funcionarios que en sólo unas horas han logrado dominar la artesanía del voto. El presidente recibe al votante y lo saluda, el secretario lo busca en su lista nominal y canta su nombre como si jugara a la lotería. Nunca falta el representante de algún partido que pide amablemente le repitan el nombre del afortunado; otro representante, más avispado, confirma el apellido. En sus libritos aparecen los rostros y nombres distintivos, irrepetibles, que están acomodados ordenadamente en espacios numerados secuencialmente. El secretario es el más rayado de todos: tiene un curioso sello hecho a la medida del recuadro para estampar la palabra “votó”. Por su parte, los representantes de partido tratan de llevar con diligencia el seguimiento de votantes: palomean sus cuadernillos que evocan los álbumes de estampitas del mundial, en los que llevan registro de los ciudadanos que llegaron y los que les falta por coleccionar.
Hay a quien les han pagado entre 700 y 2,500 pesos por representar a un partido, un emolumento mayor al recibido por los ciudadanos que aceptaron ser funcionarios de casilla y a quienes el INE pagará 500 pesos por sus labores del día.
Al final de las votaciones, del conteo y el llenado a mano de las complicadas actas, quien haya fungido de secretario o secretaria (o si no, quien tenga la más bonita letra) llena la hoja gigante que debe exhibir la cuenta de los votos recibidos en la casilla. Camino a la fijación de esa sábana santa, las personas en la banqueta se amontonan en medio círculo con celulares en mano listos para captar el momento. Una lluvia de flashes baña a los funcionarios que están cerrando con broche de oro un día completo de entrega cívica. Se sienten orgullosos. “¡Sí! ¡Parecemos Europa!”, suspiran algunos. Y hay quienes ceden a la fantasía y abrazan la idea de que son las mejores elecciones de la historia.
En esta representación, todos prefieren ignorar a la marea negra que se arrastra bajo el agua.
La elección en casilla es una fachada para la verdadera elección que ocurre tras bambalinas. Es una elección que no detectan el INE, las encuestas ni los observadores electorales. Se cuece a fuego lento y en la impunidad. Se trata de la elección derivada de la compra de votos que se legitima con la linda puesta en escena descrita arriba. Es lo que debería quitarnos el sueño porque es la forma moderna de fraude electoral. Aquella en la que participan partidos políticos, narcotraficantes, empresarios sin escrúpulos y funcionarios de gobierno corruptos.
¿Son las elecciones más transparentes y libres de la historia? Que lo crean así quienes quieran permanecer con los ojos sellados.
@laydanegrete