Japón celebra algo que hasta hace poco parecía complicado: por primera vez en su historia, una mujer llega al cargo de primera ministra. Sanae Takaichi, de 64 años, fue elegida este 21 de octubre y se convirtió en la imagen de una conquista simbólica que entusiasma a muchos japoneses. Después de todo, en un país donde las mujeres apenas ocupan el 15% de los escaños parlamentarios, su llegada suena a aire fresco. Pero detrás del aplauso viene la pregunta obligada: ¿una mujer al mando significa realmente un avance para las mujeres? Y la pregunta izquierdosamente obligada: ¿una mujer de derecha al mando qué significa para las mujeres?

Takaichi pertenece al partido de línea conservadora, el Liberal Democrático, que ha permanecido décadas en el poder con periodos pequeños interrumpidos. Y como bienvenida, la nueva líder ha dado únicamente dos asientos a mujeres al nombrar a su gabinete, esto a pesar de haber prometido altos niveles de representación femenina en su gobierno. Así que por este gesto parece que ella responderá más al pensamiento del partido que la llevó al poder, que a los temas que dijo le interesaban, como poner atención a la salud de las mujeres incluyendo la etapa de la menopausia, por la que ella está atravesando, y de la que compartió su experiencia personal. ¿Cómo una cosa obliga a la otra? La historia comprueba que se necesitan mujeres gobernando para atender las necesidades de las mujeres.

“No debe haber prejuicios contra la orientación sexual o la identidad de género”, declaró Takaichi en alguna ocasión, sin embargo no está dispuesta a cambiar la Constitución de aquel país que establece que “el matrimonio se basará únicamente en el consentimiento mutuo de ambos sexos”. Asimismo, se opone a modificar la ley para facilitar que las mujeres casadas conserven sus apellidos de solteras, o bien empujar a que las mujeres de la Casa Real se conviertan en emperatrices reinantes.

Cuando en 1979 Margaret Thatcher rompió el techo de cristal británico al convertirse en la primera ministra, y cargo que ocupó hasta 1990, la noticia retumbó con fuerza, sin embargo la visión femenina era diferente. El liderazgo de una mujer se miraba distinto. Desde entonces muchas más cosas hemos entendido a nivel popular sobre las brechas de género en cada rincón de nuestra existencia. El legado de Thatcher para las mujeres, visto desde ahora fue por decirlo suavemente, poco favorecedor. No promovió políticas de igualdad, no impulsó cuotas ni acciones afirmativas, y las académicas británicas más críticas han descrito su paso por el número 10 de Downing Street como “una escalera dibujada solo para ella”. Ahora, el Reino Unido cuenta con políticas públicas avanzadas como la de transparencia salarial que tiene como finalidad cerrar la brecha en este sentido, y además es el país número 4 del ranking de 148 que analiza este 2025 el Gender Gap Report del World Economic Forum.

Alemania también cuenta ya con la ley de transparencia salarial (2017) y las cuotas en juntas directivas (2015), promovidas precisamente por Angela Merkel. Su largo mandato en Alemania —de 2005 a 2021— permitió avances graduales, aunque no alcanzó a resolver todos los asuntos esenciales para el piso parejo de las mujeres. Dejó a su país con una brecha salarial del 19%. Lo que resalta la complejidad de la transformación hacia la igualdad sustantiva a pesar de haber mayor conciencia.

La ultraderecha tiene a su representante más popular en Giorgia Meloni, que gobierna Italia desde 2022, y quien ha llevado el fenómeno a un nuevo nivel: una mujer que llegó con un discurso de empoderamiento maternal —“soy mujer, soy madre”—, pero que se ha distanciado de las causas que históricamente han defendido las mujeres. En nombre de la familia y la identidad nacional, Meloni ha recortado apoyos a la igualdad y colocado a mujeres conservadoras como estandartes del orgullo patriótico.

¿Japón irá en esa misma dirección? El país se ubica en el lugar 118 de 146 en el Global Gender Gap Report. La participación laboral femenina es del 55% vs 71% de los hombres, y su brecha salarial es de casi del 24%. La llegada de Takaichi difícilmente moverá esas cifras. Su partido no ha planteado políticas de cuidados, ni reformas salariales, ni ampliación de derechos. Su ascenso es histórico, sí, pero la historia no siempre significa progreso.

En los gobiernos de derecha, las líderes mujeres suelen ser usadas como símbolo de modernización sin alterar el fondo de las jerarquías. Es lo que la politóloga Sarah Childs, de la Universidad de Edinburgo, llama “representación descriptiva sin representación sustantiva”: el rostro cambia, las reglas no.

En cambio, cuando las mujeres han llegado desde partidos de izquierda o centroizquierda —como Michelle Bachelet en Chile (2006-2010 y 2014-2018), Jacinda Ardern en Nueva Zelanda (2017-2023) o Xiomara Castro en Honduras (en funciones desde 2022)—, la igualdad de género ha estado un poco más presente en sus agendas: desde políticas de cuidado hasta combate a la violencia y derechos reproductivos. Sin embargo, y aquí cito a una pionera en el estudio de las cuotas de género, Drude Dahlerup, de la Universidad de Estocolmo: “Las cuotas y las políticas de acción afirmativa no son una concesión, son una corrección a siglos de exclusión. Pero sin voluntad política, incluso las cifras más equitativas se vuelven decorativas.” Es decir, ni las de izquierda han logrado cerrar por completo la brecha. El informe del WEF muestra que el mundo ha cerrado la brecha apenas en un 68.8%. Peor aun, el presente geopolítico nos obliga a recordar que los avances son reversibles.

@LuaraManzo

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