Qué fácil fue despertar al monstruo racista que habita entre los mexicanos. Qué rápido fue despertar al monstruo que habita entre los líderes de opinión. No estaba del todo dormido. Claro que no. Nada más estaba en el pasillo, afuera del cuarto de la simulación. Modificar los pensamientos de las personas, de las sociedades, eliminar los sesgos y por ende las actitudes clasistas y racistas, puede tomar años. ¿Cuánto hemos avanzado en realidad? Malas noticias. México es uno de los países más racistas del mundo. Así lo vuelve a confirmar un estudio conducido por el Policy Institute del King’s College de Londres, publicado este año. Rescato un dato. Once por ciento de los encuestados en México no quisieran ser vecinos de alguien de una raza distinta a la suya. ¿De qué hablamos? ¿Ya nos hicimos la prueba de ADN y somos arios puros, y vivimos todavía en la Europa de la primera mitad del siglo XX? ¿Cuál otra raza? ¿A qué otra raza miramos para abajo? Así México, codeándose Indonesia y Filipinas, y frente a Brasil, con 1%, o frente a Francia, 4%. Más grave aún, así lo vuelve a confirmar lo visto esta semana en redes sociales, detonado por quienes supuestamente son más conscientes.
Los morenistas destaparon su cloaca. Bastó un par de días para que su respuesta ante la alta popularidad de la aspirante a la presidencia, Xóchitl Gálvez, fuera la peor respuesta posible. El cartón de Rafael Barajas, “El Fisgón”, así como las previas y posteriores acciones discriminatorias por apariencia y por raza vistas en redes sociales hacia la senadora, recargadas en el pretexto de un sarcasmo. O recargadas en la obcecación. “Si ya toleraron a Vicente Fox, ese ranchero de mentiras, ¿por qué no iban a tolerar a una Xóchitl Gálvez, tan impostada y falsa como él?” Más allá de los recursos del discurso y la estrategia política que, sin excepción, todos los funcionarios y aspirantes aplican, ¿por qué volver e insistir sobre la apariencia de Gálvez, sobre si es una falsa indígena o su gusto por los huipiles?
Este un error que nos cuesta a todos. Es rebajar el discurso a lo más oscuro de nuestra mexicanidad. ¿Ningún indígena es auténtico si no milita en Morena? Impostada. Botarga. Es sarcasmo, repiten. Es señalar que están usurpando la identidad indígena y que Conapred debe inhabilitar a la hidalguense. A esos niveles ha llegado la conversación. Utilizar este recurso volteado, este recurso de, como bien dijo Xóchitl, poseer el indiómetro, es tan racista y reprobable como el de todos aquellos, y no pocos, de la derecha más abominable que recuerdan que Sheinbaum es judía para ver si despiertan al monstruo antisemita. ¿Ningún judío es respetable si milita en Morena? Y también como el de todos aquellos que no han eliminado de su vocabulario la palabra “naco”, y que si bien utilizan menos, la enuncian con mayor intención cuando se trata de un morenista. Como todos aquellos que orgullosos se llaman a sí mismos “fifís”, para distanciarse del montón que apoya a AMLO, pero como que también para distanciarse de la pobreza y de la tez oscura, de los que viajan en metro todo el año y no solo en noviembre que es la Fórmula 1.
Dándose unos a otros una sopa de su propio chocolate, de un chocolate que está envenenado y que matará no solo el debate que nos dejaría ver quién es el o la más preparada, sino que inevitablemente nos llevará al peor de los lugares. Y en realidad, poco importa si fue el huevo o la gallina, el cochinero está presente en todas partes. México 2024, en el marcador, nadie gana.
Y esto es solo el principio del año electoral.