¿El legado de Bergoglio puede considerarse más humano si continúa siendo excluyente? La contradicción está ahí. Mientras la Iglesia y muchos de sus fieles seguidores, e incluso analistas, perciben una era de reformas audaces —y buena parte del progresismo global lo exime o incluso lo celebra— los feminismos contemporáneos observan pasos gallo-gallina que apenas rozan la superficie de un cambio tangible hacia la igualdad sustantiva.
En los mismos años en que millones de mujeres, con religión o sin ella, han alzado la voz para denunciar el acoso y el abuso sexual, para exigir justicia y libertad sobre sus cuerpos —un estallido provocado por el movimiento #MeToo en 2017— los púlpitos del Vaticano comandado por uno de los más revolucionarios de sus jerarcas, el papa Francisco (2013-2025), siguen sin otorgar el derecho a las mujeres a predicar, y siguen sin conceder el derecho a las mujeres a decidir.
El dilema tras la muerte del pontífice es el recurrente “¿qué tanto es tantito?”. Para la institución religiosa más poderosa del mundo puede estar siendo demasiado frente a la situación geopolítica, tanto que ahora se decida por un líder espiritual más conservador. O tan poco que refuerce sus intenciones liberales. Para la realidad de millones de seres humanos que aún viven violencia y desigualdad, es una deuda que reclamar. Porque percepción, en este caso, no es realidad. El mundo percibe reformador a Francisco, pero la injusticia avanza más rápido que sus reformas.
La primavera verde en América Latina, el avance del aborto legal en países históricamente católicos como Irlanda y México; las protestas contra los feminicidios, el auge del feminismo interseccional y las exigencias de paridad en todos los espacios de la vida han sacudido instituciones, leyes y culturas. No así a Roma. Y ahora que la ultraderecha toma revancha y asume vasto poder, la decisión del Cónclave será determinante en el futuro del mundo.
Sí, Francisco mostró sensibilidad frente a algunos de estos movimientos. Denunció el machismo, visibilizó los feminicidios, y habló de la necesidad de reconocer el “genio femenino” como una riqueza que la Iglesia no podía seguir desaprovechando. En 2021, nombró a la hermana Nathalie Becquart como subsecretaria del Sínodo de los Obispos, convirtiéndola en la primera mujer con derecho a voto en un sínodo. Medios como Forbes y la BBC la incluyeron ya en sus listas de personas más influyentes. Además, el porcentaje de mujeres que trabajan dentro del Vaticano aumentó en la última década, según el Vatican News, del 19 al 23%. También durante su gestión, se nombró a siete mujeres como superiores del Dicasterio para los Religiosos y a seis laicas para el Consejo para la Economía. Sin embargo, la lógica que limita el papel de las mujeres en la Iglesia permanece intacta. Francisco respaldó el rol “complementario” de las mujeres, destacando su contribución en la maternidad y en ciertas responsabilidades pastorales. Las decisiones fundamentales de la Iglesia Católica, con alrededor de mil 400 millones de seguidores a nivel mundial, siguen en manos exclusivamente masculinas.
Hoy, las mujeres no pueden predicar ni ser ordenadas sacerdotisas, y mucho menos aspirar a cargos como arzobispas o cardenales. Las mujeres en entornos pastorales no están protegidas de violencia espiritual y sexual. Las mujeres católicas no tienen libertades sexuales ni reproductivas, lo que afecta su autonomía. Las mujeres que interrumpen su embarazo siguen siendo consideradas pecadoras, no sujetas de derechos.
¿Se hace y se vale una revolución a cuentagotas mientras el mundo se polariza y se incendia? ¿Es esperanzadora una revolución a cuentagotas mientras las derechas más reaccionarias —muchas veces aliadas con discursos religiosos— avanzan sobre los derechos humanos, particularmente los de las mujeres?
@LauraManzo