En estos días, la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos afina la propuesta para 2026. Más allá del rumor —12%, dicen unos; 11% otros— lo que también importa es si ese aumento sirve realmente para que las mujeres suban, o solo para mantenerlas exactamente donde están. Casi la mitad de las mujeres que trabajan en todo el país, solo gana hasta un salario mínimo. Va de nuevo porque es irreal: 47.8% de las mujeres ocupadas en México gana hasta un salario mínimo, contra 34.8% de los hombres. Una brecha de 13 puntos porcentuales que no necesita metáforas: es desigualdad pura y dura. Y significa sueldos más bajos hoy y pensiones más bajas mañana.

A este fenómeno se le llama brecha de concentración. No es solo que las mujeres ganen menos; es que están concentradas en los pisos salariales más bajos y no logran salir de ahí. Porque los trabajos donde ellas predominan —enfermería, docencia, trabajo doméstico, ventas por catálogo, servicios de cuidado— son ocupaciones consideradas “ayuda”, “vocacionales”, “naturales” o “extensiones del hogar”, y son justamente los sectores históricamente peor remunerados. Así que México puede seguir celebrando incrementos al mínimo cada diciembre, pero aun hay un muro qué derrumbar.

En una mesa reciente sobre salario y género conversé con Luis Felipe Munguía, presidente de la Conasami, quien no evade el diagnóstico. “Existe una mayor inserción de mujeres en ocupaciones que tienen que ver con cuidados… y que no son altamente remuneradas; en tanto, hay más hombres en ocupaciones enfocadas a las ciencias exactas que son mejor remuneradas”, reconoció. “Los empleos informales otorgan la flexibilidad que muchas mujeres buscan… pero esto impacta negativamente en su participación laboral, sus horas remuneradas y sus ingresos frente a los hombres.”

Los datos acompañan la historia. En 2024, los hombres asegurados en el IMSS ganaron en promedio $624 pesos diarios; las mujeres, $546. La brecha mensual sigue alrededor del 21%, muy por encima del promedio de la OCDE, que ronda el 11.5%.

Y como hemos dicho antes en este espacio: nada cambiará sin un Sistema Nacional de Cuidados que funcione de verdad. Mientras tanto, los cuidados no remunerados reducen la participación laboral femenina en 4.8 puntos porcentuales cuando hay niñas o niños pequeños en casa. La maternidad opera como un impuesto silencioso que solo pagan las mujeres.

Ahora, el feminismo sí puede —y debe— pedirle a la Conasami cambios concretos, técnicos y completamente dentro de sus atribuciones. Nada extra, nada imposible: políticas basadas en evidencia. La Comisión ya cuenta con información, modelos y estudios propios. Por eso, lo primero que puede hacer es que la perspectiva de género pase de ser un anexo a convertirse en un criterio obligatorio. Cada propuesta salarial anual debería incluir un análisis público sobre cómo el aumento afecta la brecha de concentración, la brecha salarial, las ocupaciones feminizadas, la informalidad femenina y hasta la pensión futura de quienes cotizan al mínimo. Segundo: la Conasami sí puede proponer aumentos diferenciados en ocupaciones altamente feminizadas. No es experimental, Argentina ya lo aplica en el trabajo doméstico. Brasil otorgó bonos para jefas de hogar. Chile ofreció incentivos fiscales para formalizar a mujeres en sectores precarizados. Tercero: puede crear un observatorio nacional de brecha de concentración, un instrumento anual que mida, por estado y por sector, dónde están las mujeres atrapadas en el mínimo y cuánto suben con los incrementos. No sanciona, pero visibiliza. Cuarto: puede advertir, con rigor técnico, dónde el salario mínimo se está usando como techo y no como piso para las mujeres. Sectores donde un aumento anual no abre escalera, solo engrosa el mismo peldaño.

Nada de esto excede sus funciones. Nada depende de reformas constitucionales. Todo depende de voluntad técnica del Consejo de Representantes, el órgano tripartito que toma la decisión de fijación del salario mínimo. Así que no se trata solo de cuánto sube el mínimo, sino de quién puede subir con él. Hoy el aumento les llega a las mujeres pero no las mueve a la velocidad necesaria. Una política salarial sin perspectiva de género puede mejorar ingresos sin mejorar trayectorias.

México hizo algo histórico al recuperar el salario mínimo como herramienta real de reducción de pobreza, bravo. El siguiente paso es convertir esa herramienta en política feminista basada en evidencia. De eso se trata la justicia salarial: no de cuánto sube una cifra, sino de cuánto hombres y mujeres pueden, por fin, elevar su vida.

@LauraManzo

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