A las 48 horas de haber sido lanzada en marzo pasado, la última campaña de Calvin Klein, protagonizada por el ídolo musical Bad Bunny, generó 8,4 millones de dólares en valor de impacto mediático. Esto según la empresa de software y datos Launchmetrics, a través de una medida que tiene patentada para asignar valor monetario real a las estrategias de marketing con el fin de calcular el retorno de inversión. En Instagram y TikTok, la campaña obtuvo más de 3,7 millones de “me gusta”, y los videos alcanzaron más de 56 millones de visualizaciones. Para quien aun no la haya visto, el puertorriqueño se une a la lista de colaboradores que la marca estadounidense estableció desde la década de 1980. Brooke Shields y Mark Wahlberg contribuyeron años antes a la misma fórmula: extremadamente sexys en ropa interior. Kendall Jenner y Justin Bieber también han pasado por ese lente.
Así que nada nuevo… o sí, el cuerpo de Bad Bunny, y por eso en la era del patriarcado asustado y combatiente se incomodó a algunos. Sin embargo, la obsesión con rescatar la moral urbana no sucedió entre los republicanos de Wyoming o Idaho en los Estados Unidos, sino en una pequeña colonia del municipio de Naucalpan, en el Estado de México. Tecamachalco, zona de clase media alta, logró indignarse lo suficiente para que los vecinos se reunieran y organizaran bajar el espectacular de esta campaña, colgado hace tan solo algunas semanas. El evento vecinal llama la atención por varias razones. La primera que precisamente cuando Justin Bibier o Mark Whalberg aparecieron en calzones nadie se quejó. El patriarcado de hoy ve la sensualidad masculina -específicamente la del puertorriqueño— como un atentado, porque quizás a su juicio las mujeres no pueden ni deben tener estos pensamientos y seguramente muchos menos perrear solas. Pero tampoco hubo escándalo cuando posaron Brooke Shields o Kendall Jenner. El patriarcado siempre dejándose mimar. El rechazo que se justifica con argumentos de “defensa de la mujer y de las niñas” igual enmascara un racismo soterrado contra un moreno que no encaja en el molde eurocéntrico. O “Porque su música es horrible y él es un misógino”, dicen sin tener claras las letras de sus canciones, quizás ni siquiera la polémica que lo acompaña. Las burbujas y sus propias verdades.
La fuerza colaboracionista o vecinal como herramienta de transformación es algo que no solo se extraña sino que hace mucha falta en México y el mundo, y la noticia en sí debiera ser positiva, sin embargo las razones de este movimiento en particular sorprenden frente a problemas de pavimentación, limpieza y seguridad que prevalecen en el barrio, o peor aun, frente a la violencia y las desapariciones. Contrastan las voluntades. La tragedia del aumento en las desapariciones de mujeres y de adolescentes está fuera del radar de muchos comités de vecinos. ¿Eso no les pertenece ni les toca? En el país cada día desaparecen 42 personas. La desaparición de niños y adolescentes de entre 1 y 14 años se incrementó en total en un 72% de mayo de 2023 a mayo de 2025, según datos del RNPDNO. Y el Estado de México es una de las entidades con más desaparecidos. En los primeros cuatro meses de este año, se cuentan ya 611, de los cuales 248 son menores de edad.
El acto de censurar un anuncio de ropa interior salta como único ejercicio de poder comunitario, salta como prueba del victimismo de lo que es efímero y de la incapacidad de sentir qué tan cercana está la muerte. ¿Por qué no crear foros de diálogo para invitar especialistas en derecho a la ciudad, en género y en derechos humanos para desmontar prejuicios y fortalecer el capital social? ¿Por qué no exigir patrullajes efectivos? ¿Visibilizar desaparecidos, colgando una manta con sus nombres en vez de Bad Bunny quizás? ¿O la moral frente a un hombre en calzones es todo lo que nos queda?