Cada 12 de octubre nos invita a una reflexión profunda, una que como nación hemos decidido abordar con claridad histórica y dignidad. Lejos de celebrar un "descubrimiento" o un "encuentro", esta fecha marca para México y para los pueblos de América una pausa ineludible para recordar y comprender. Es un día para honrar la memoria de las grandes civilizaciones que florecieron en nuestro continente y analizar la violenta interrupción que frenó su extraordinario desarrollo.
Antes de 1492, nuestro continente era un mosaico de civilizaciones en plena ebullición. No éramos un mundo vacío esperando ser descubierto; éramos un mundo de conocimiento. En los valles y selvas de lo que hoy es México, los mayas habían descifrado el movimiento de las estrellas y desarrollado el concepto del cero, un pilar matemático. En el altiplano, Teotihuacán y más tarde Tenochtitlan se erigían como maravillas de la ingeniería urbana, con sistemas sociales, educativos y de distribución de alimentos que asombrarían a cualquier sociedad contemporánea. Nuestras culturas originarias entendían la astronomía, la agronomía y la medicina con una profundidad derivada de milenios de observación y coexistencia con la naturaleza. Eran civilizaciones con un camino propio, con una filosofía y una cosmovisión que trazaban un futuro único.
La llegada de barcos españoles no fue un encuentro, fue una fractura. Un cataclismo que interrumpió bruscamente ese florecimiento. El proceso que se desató fue la imposición de una lengua sobre otras, de una religión sobre muchas, y de un sistema económico de saqueo sobre modelos de subsistencia comunitaria. Se quemaron códices, que eran bibliotecas enteras de nuestra ciencia y nuestra historia. Se silenciaron saberes y se intentó borrar la memoria de pueblos enteros. Lo que ocurrió no fue el inicio de la civilización en América, sino la interrupción violenta de múltiples civilizaciones que ya existían y prosperaban en sus propios términos.
Desde el Gobierno de México, entendemos que mirar al pasado con honestidad no es un acto de rencor, sino de justicia. Reconocer esta interrupción es el primer paso para valorar en su justa dimensión la resiliencia y la grandeza de los pueblos originarios que, a pesar de 500 años de opresión, han mantenido vivas su cultura, su lengua y su dignidad. Nuestra política exterior se basa en el respeto a la soberanía, y esa soberanía empieza por ser dueños de nuestra propia narrativa. Hoy, conmemoramos el Día de la Nación Pluricultural, celebramos la resistencia indígena y trabajamos para que el desarrollo de México sea, por fin, un reflejo de la diversidad y la fortaleza de todas nuestras raíces.
Este 12 de octubre no miramos al pasado para anclarnos en el conflicto, sino para tomar impulso. Honramos a las civilizaciones interrumpidas, reconociendo que su sol no se extinguió, solo fue eclipsado. Nuestro deber es construir un futuro donde ese conocimiento ancestral y esa resiliencia histórica iluminen el camino hacia una nación más justa, más soberana y profundamente orgullosa de ser la heredera de uno de los grandes focos civilizatorios de la humanidad.
Embajadora de México en Chile