Era octubre de 2016. Rosario Robles había sido una de las primeras en confirmar. La entonces secretaria de la Sedatu, llegaba puntual, vestida de blanco y escoltada por un par de personas de seguridad, a una comida privada con una de las mujeres más poderosas del mundo: Arianna Huffington. Celebrábamos el lanzamiento en México de The Huffington Post.
Un mes antes, el 31 de agosto, uno de los más vergonzosos eventos en materia de relación bilateral y de diplomacia de aquel sexenio (y de la historia de México) nos había dado la primera nota de apertura para desplegar a página completa del sitio de noticias. El entonces candidato republicano, Donald Trump, había aterrizado en la Ciudad de México casi de manera sorpresiva, y había ofrecido, junto con el entonces presidente Peña Nieto, una conferencia de prensa desde Los Pinos, después de haber mantenido una breve reunión privada entre ambos. México se tuvo que tragar la bienvenida de quien durante su campaña le había propinado insultos y amenazas, para aumentar su popularidad entre los votantes radicales norteamericanos. El delicado momento devino en la renuncia del entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray.
A pocas semanas de las elecciones presidenciales, Arianna Stassinopoulos, aunque griega de nacimiento, pero nacionalizada norteamericana después de haber contraído matrimonio (1986) con Michael Huffington, comenzó la conversación con aquel grupo de unas 15 mujeres que estábamos sentadas alrededor de sala y comedor. Sin reparos mostró su preocupación y desprecio por el empresario millonario que ahora pretendía ser mandatario del país más poderoso del mundo. Sin embargo, confió en el carisma de Hillary Clinton, y habló abiertamente de su apoyo para que ella fuera la que comandara desde la Casa Blanca. Su lealtad hacia Clinton no solo se dejaba ver en privado. The Huffington Post, el entonces sitio de noticias de mayor audiencia en Estados Unidos, había tomado una postura abiertamente demócrata, pro-Hillary.
Arianna se mostraba también muy contenta de estar en México para lanzar la quinceava edición de su exitoso medio periodístico, y reunida con otras mujeres poderosas e influyentes, brindando por ello con tequila. Mujeres apoyando mujeres. Mujeres siendo mujeres. Mujeres hablando de mujeres. Unas breves palabras de bienvenida por parte de la dueña de la casa, y unas breves palabras de mi parte, agradeciendo a todas haber venido a saludar a la popularísima Arianna. Empresarias, periodistas, intelectuales y políticas se presentaron todas, hablando de sus proyectos profesionales, de sus retos y logros. Y enfatizaron todas, a excepción de una, sobre el empoderamiento femenino, sobre el descubrirse como agentes de cambio, poderosas en un mundo lleno de hombres. Esa excepción había sido Rosario Robles. Ella se presentó y habló, no de mujeres, no de empoderamiento, no de sororidad, no de haber sido la primera mujer que gobernó la Ciudad de México, no de haber apoyado a otras mujeres como Ivonne Ortega, sino que se concentró en el presidente Peña Nieto y en su “mover a México”. No fue escueta, de hecho, se tomó su tiempo. Rosario hablaba orgullosa, leal, seria, comprometida con Peña Nieto, no con nadie más. Fiel hasta la muerte. Como todo peón ante su rey. Como toda mujer sumisa que no cuestiona, que solo defiende, que parece que no siente más que por y para su amo y señor.
No sé, ni supe nunca si para las demás mujeres presentes fue igual, pero a mi me pareció desconcertante. Una comida privada, de mujeres, de mujeres hablando de mujeres, en un momento en que su jefe no había salido bien parado, y por quién nadie le había preguntado, ¿cuál era esa necesidad?
Un año después explotaba en los medios el reportaje de “La Estafa Maestra”. La Sedatu y la Sedesol estaban implicadas, según la publicación, al igual que otras dependencias federales como Banobras, Pemex, la SCT y el ISSSTE. Dos años después y a la fecha, la única funcionaria vinculada a proceso penal, es Rosario.
Desde Santa Martha Acatitla, encerrada en una celda, desesperada, abandonada, enferma y casi abatida, la leal Rosario decide intentar dejar de ser sumisa y anuncia, ante el temor a pasar muchos años más en la cárcel, que apelará por el “criterio de oportunidad” para imputar a individuos de mayor jerarquía. Sin embargo, solo lo intenta y se carga contra Luis Videgaray, otro secretario y no su superior. Rosario, siempre fiel. Siempre fiel al hombre equivocado, a Ahumada, a Zebadúa, a Peña Nieto, a López Obrador. Rosario siempre fiel, siempre con las faldas bien puestas por ellos, pero nunca por ella misma.





