Cada vez hay mayor evidencia de que será imposible evitar la recesión global, lo cual no es de sorprender después de varios “shocks”, tales como la crisis sanitaria, la guerra Rusia-Ucrania y los efectos devastadores del cambio climático.
Una vez más, el Fondo Monetario Internacional en sus proyecciones revisadas en octubre de la evolución de la economía a nivel mundial, hace un ajuste a la baja en el crecimiento. A nivel global se estima un aumento de 3.2% en 2022, la mitad de lo logrado el año pasado y de apenas 2.7% en 2023. En el informe World Economic Outlook destaca que es el más débil crecimiento desde 2001 con importantes desaceleraciones en algunas naciones. Se piensa que los países emergentes pasarán de un ritmo de crecimiento de 6.6% en 2021 a 3.7%, tanto este año como el entrante, mientras las economías avanzadas bajarán de 5.2% en 2021 a 2.4% este año y a 1.1% en 2023.
Estados Unidos, entrará en una fase de tasas de crecimiento menores a 2%; esto es 1.6% en 2022 y 1.0% en 2023. Esta de ninguna manera, son buenas noticias para la economía mexicana, en donde actualmente no priva “la certidumbre”, poniendo más obstáculos a la tan necesaria inversión para salir del bache de crecimientos por debajo de 2%, como se espera en 2023.
Este panorama mundial, podría ser incluso más desalentador ya que existen varias interrogantes, tales como: a) ¿qué tan efectiva está siendo la política monetaria en los países del orbe para controlar las presiones inflacionarias? b) ¿si los países siguen tomando rutas divergentes en su aplicación de medidas monetarias, hasta dónde llegará la fortaleza del dólar y por ende los riesgos transfronterizos? c) ¿si hay mayor endurecimiento de la política monetaria, cuál será el efecto real en el sobreendeudamiento de los países emergentes? y d) ¿mayores elevaciones en los precios de alimentos y energía, hasta dónde podrían prolongar las presiones inflacionarias?
Esta situación nos apunta a que estamos frente un panorama mundial complejo donde se añade la aparición de nuevas variantes del Covid-19; la interrupción de suministro de gas ruso a Europa; y, el rápido deterioro del sector inmobiliario de la economía China, que acabarían por repercutir en el avance económico de los países, donde una tercera parte a nivel mundial ya presenta dos trimestres consecutivos de decrecimientos.
Asimismo, las políticas monetarias deben de enfocarse a reducir la inflación. Ya que la escalada de precios tiene efectos particularmente lesivos sobre la capacidad de compra de la población que se encuentra en los estratos de ingresos más bajos, muchos de los cuales hoy experimentan un grave riesgo de seguridad alimentaria. Las ayudas fiscales, cuando posibles para aliviar esta pesada carga, deben ser muy focalizadas, empero el endurecimiento es necesario, para no desviarse de la meta. Así lo ha considerado la Reserva Federal, la cual ha dado muestras de alzas agresivas en los tipos de interés y ha puesto la pauta para que así lo hagan otros bancos centrales, como el nuestro.
El endurecimiento de las condiciones financieras lleva también a la aplicación de medidas macro prudenciales, para evitar riesgos sistémicos. En este contexto reviste también especial importancia la instrumentación de medidas estructurales, que permitan ir saliendo de este “bache macroeconómico” por un lado y por el otro amainar las restricciones de oferta, como en el caso de Europa, actualmente agobiada por el estrangulamiento energético. No son años fáciles los que estamos viviendo ni viviremos, peor aún si con decisiones o políticas inadecuadas, los complicamos aún más.
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