La Organización Mundial de la Salud, en voz de su director Tedros Adhanom, dio a todo el mundo lo que comunmente se dice “una cachetada de realidad”, respecto de los avances de la vacuna contra Covid-19.

El epidemiólogo etiope aceptó que “los ensayos clínicos dan esperanza, pero eso no significa necesariamente que se obtenga una vacuna eficaz”. Sin embargo, la esperanza salva vidas y México debe estar preparado.

Rusia, China, Reino Unido, Alemania y Estados Unidos aseguran que sus reactivos estarán listos entre finales de 2020 y mediados de 2021, pero, hasta ahora el periodo más corto en la historia de la humanidad para hallar una vacuna fue de 5 años, en esa ocasión contra el ébola.

Los esfuerzos financieros y científicos para lograrlo fluyen a raudales. Frenar la pandemia, que crece cada día, es el reto biomédico más importante de este siglo.

Sería un error desestimarlos, pero es necesario considerar que después de que exista y esté disponible, viene el proceso de distribución para los más de 7 mil 700 millones de habitantes en el mundo. Ese es el drama para el que también debemos prepararnos.

Durante una videoconferencia, Ramón Alberto Sánchez Piña, Director de Tecnología Sustentable y Programa de Salud de la Universidad de Harvard, postuló que mientras no exista una vacuna, la solución somos nosotros. ¿Cómo? Haciendo lo que nos toca y está a nuestro alcance.

Tras 7 meses de pandemia en el mundo, son muchos y muy prestigiosos los investigadores, revistas científicas y universidades que se pronuncian a favor del uso correcto del cubreboca, como una medida eficaz para frenar la propagación y los contagios de Covid-19.

Robert R. Redfield, director de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, aseguró que el uso masivo de cubrebocas permitiría que la pandemia estuviera controlada en cuatro, seis u ocho semanas.

Solo dos meses de una voluntad infranqueable para usar una mascarilla o barbijo; de protegernos a nosotros y a los demás. Una cosa simple que, repetida miles de veces, puede generar grandes resultados.

Proyecciones realizadas por Youyang Gu, egresado del Massachusetts Institute of Technology (MIT), indican que el número de fallecidos aumentará en México, y llegará a 110 mil para el 1 de noviembre. Pero Orlando Hernández Cristóbal, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), estima que serían casi 350 mil.

De ese tamaño es la crisis sanitaria que enfrentamos y nos obliga a actuar en grupo y comprometernos seriamente, a esforzarnos para ser más eficaces en la lucha contra este virus y su propagación; y cambiar la tendencia con el uso correcto del cubreboca.

El artículo “Identificando la transmisión aérea como la principal fuente de contagio para Covid-19”, del mexicano ganador del Nobel, Mario Molina, y otros reconocidos científicos; señala que “la diferencia entre hacer obligatorio o no el uso de máscaras determinó el curso de la pandemia en Wuhan, Italia y Nueva York, pues se redujo significativamente el número de infecciones”.

El escenario mundial nos plantea una disyuntiva. La elección yace en una delgada línea entre el drama de la vacuna y lo que debemos hacer.

La doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie, jefa del Laboratorio de Genética Molecular de la UNAM, consideró que el uso del cubrebocas debería ser obligatorio. La razón, “si 9 de cada 10 personas usarán uno siempre que salen de casa, los contagios disminuirían el 60%.

Más allá de que alguien, persona o autoridad, nos diga que es obligatorio; hoy todos podemos portar sobre la boca una medalla al mérito y ser héroes todos los días, tal como los trabajadores de la Salud.

Es muy sencillo, lo que se necesita es una firme decisión de respeto a la vidad de los demás y un cubreboca puesto correctamente.

Además de la crisis sanitaria, la pandemia amenaza con derrumbar la economía mundial, pero para ello también el uso correcto del cubrebocas es una respuesta.

El Grupo de Banca de Inversión Goldman Sachs de Estados Unidos analizó el problema que sigifica la pandemia y declaró que un mandato nacional para el uso de máscara facial, podría potencialmente sustituir los bloqueos renovados que, de otro modo, restarían casi 5% del Producto Interno Bruto.

En México hay una percepción difusa derivado de mensajes poco claros. A estas alturas, es infructuoso perdernos en un debate sobre si es bueno usarlo o no.

Retomemos el rumbo, es de sabios reconocer y hoy cada día más personas lo portan, incluso quienes dudaban de su efectividad; en la otra cara de la moneda, los que ya lo usaban y dejaron de hacerlo. Para quienes nunca se han puesto uno, ahora es el momento.

Me apoyo en la idea del sociólogo Peter Baehr: “La cultura de la mascarilla alberga un sentido de destino compartido, obligación mutua y deber cívico”.

Somos parte de una comunidad que necesita de nuestro cabal comportamiento; una señal de respeto al dolor, el sufrimiento y la angustia que durante más de 100 días ha generado este virus en familias enteras, ya sea por peder un ser querido, el empleo, un sustento o la propia vida.

Es válido sentir miedo, pero no lo es quedarnos estáticos en esta lucha contra un enemigo invisible, pero mortal. Luchemos unidos para vencerlo.

Por el simple y sencillo hecho de que, como lo decía el Doctor Tedros al inicio, la solución médica, el tratamiento, la cura o la inmunización puede tardar más de lo que hasta hoy sabemos y entonces; la única vacuna, que protegerá a los jóvenes, a los niños, a nuestros hijos; somos nosotros mismos.

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