En aquellos días de neoliberalismo y corrupción la agenda pública era dictada por el oficialismo zalamero que daba cobertura total a la figura casi monárquica que todos los presidentes mantenían, agenda que de vez en cuando se veía agitada por cuestionamientos e investigaciones de los más osados y audaces periodistas; hoy la agenda pública es establecida y arrojada como carnada todas las mañanas desde Palacio Nacional , y si bien puede ir de lo absurdo a lo ilegal, alcanza forma y poder de tópico literario. Esta poderosa y pausada voz tiene la capacidad de incendiar corazones, mesas de redacción y redes sociales simultáneamente, provocando guerrillas de palabrerío inútil que no hacen otra cosa que enterrar los temas que urgen atención.
La agenda ya borró a los estudiantes de Ayotzinapa con el capítulo Murillo Karam que, si corre con la suerte de Rosario, hablaremos de él en unos años más; nadie recuerda ya a las víctimas de la Línea 12 del Metro, a los desplazados por la inseguridad, a las desaparecidas y ni hablar de los mineros atrapados en Sabinas, Coahuila, ellos ya fueron enterrados con la esperanza de sus familias. Su tiempo en pantalla y en los textos de analistas se agotó sin que las víctimas fueran rescatadas, tampoco se profundizó en el origen del añejo problema; será hasta que otro grupo sea tragado por la negligencia que volveremos a hablar de la bárbara realidad de aquellos que se ganan la vida descendiendo a lo más oscuro de la tierra y nuestra historia, la actividad que vistió de oro y plata la gloria de los conquistadores, construyendo México a pico, piedra y sangre.
La evolución de la actividad minera cambió a los esclavos por obreros y a España por Canadá y China, su tecnología ha hecho más eficientes algunos procesos, pero la extracción en muchísimas minas sigue siendo una tarea casi artesanal, donde el trabajador porta casco y lámpara como seguro de vida. A casi 500 años del nacimiento de la Nueva España, para conquistadores, gobiernos neoliberales y para la 4T la vida del minero sigue valiendo lo mismo. El accidente del pasado 3 de agosto en la mina El Pinabete nos desveló la misma miseria, la misma corrupción, nuevo gobierno con nuevas incapacidades e insensibilidades, pues designaron al mejor embajador de la corrupción neoliberal para atender el caso: Manuel Bartlett.
Según informan, la historia podría tener un final no muy distinto a Pasta de Conchos, una de las banderas de lucha del Presidente que, por cierto, en los últimos días ha sacado otro de sus temas emblema: su original lucha contra la militarización del país.
En un esfuerzo de comprensión podríamos aceptar que todos cambiamos, y que el Presidente no está exento de ello. Pero si tomamos en cuenta la recurrente negación en su discurso, pronunciarse por la verdad aceptando que cambió de opinión, resultaría absolutamente valioso, pues sugeriría que realmente entiende la crisis de violencia que vive el país y el fracaso rotundo de la Guardia Nacional. Sin embargo, la propuesta del Presidente de dar el control operativo, administrativo y financiero de otro de sus proyectos más ambiciosos a la Sedena, además de encender los focos de alerta por el paso veloz en que crece el poder militar, dinamita a la alianza partidista que en algún momento soñó con ser oposición.
La propuesta, aprobada o no, efectiva o no, ya dio resultados al gran maestro de la politiquería, que nos mantiene persiguiendo la sombra de sus palabras.
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