La madre de Dios, representada en tez morena, moviliza a más de 7 millones de peregrinos al año, que arriesgan el patrimonio y hasta la salud por visitarla y en su regazo confían sus penas y necesidades.
En la vida diaria mencionar a la figura materna puede desatar la brutalidad en la más civilizada de las discusiones. En tiempos de escuela los festivales del 10 de mayo ponían a prueba empeños y talentos. En la provincia como en la ciudad floristas y restauranteros esperan los beneficios de esa modalidad tan nuestra de agasajar a la madre un día y olvidarla 364.
En la historia de mi pueblo mexicano, la madre ocupa el peldaño mas alto del altar de nuestros quereres, pero no hay más para ella. Nunca ha figurado en los grandes proyectos que ambicionan el anhelado desarrollo hoy degradado a bienestar (porque no son lo mismo, uno es medible y el otro siempre puede venir de otros datos). Pero en cuestión de meses pasamos de la indiferencia al cinismo.
En algún momento encontramos absolutamente ofensiva la clasificación del precio de la tortilla como información exclusiva de las “señoras de la casa”, nos dañó profundamente y es que fue el título, el tono, la sonrisa, la ignorancia y la pobrísima idea sobre la responsabilidad de las madres en el hogar. Pero poco tardó en llegar la esperanza, la era de la autoridad moral nos despertó los sueños caídos en una hibernación transexenal.
El discurso redentor nos hizo elevar las expectativas hasta soñar con la justicia para los hijos de madres muertas, para las madres de hijos desaparecidos, soñamos con acceso a la salud para madres indígenas, imaginamos apoyo total a las jefas de familia, pudimos visualizar mujeres celebrando legislaciones que les permita decidir cómo y cuando ser madres. Acariciamos la idea de un México en ceros y no en diez mujeres muertas violentamente al día, nos convencieron de que no sería necesaria la hipocresía del 10 de mayo porque la hora del bienestar había llegado.
Pero esta vez fue un tren el que arrolló nuestras ilusiones, el mismo que arrebatará miles de árboles a la madre selva y su hábitat a cientos de especies. Ya pulverizadas nuestras expectativas, las mandaron a volar en el avión del cinismo, ese que costó más de 218 millones de dólares al erario. En ese lujoso transporte voló para no volver el respeto a las mujeres que exigen justicia. Tengo claro que ni todos esos dólares traerán de regreso a las mujeres muertas, tampoco sanarán las heridas de las madres que esperan hijos desaparecidos o borrarán el daño de una violación, pero ¿dónde quedó el amor que supone empatía básica?
Cuando organizamos #undíasinnosotras para gritar al mundo por Fátima, Ingrid, Marcela y todas, el grotesco espectáculo de una rifa fallida nos dejó claro que no todos tienen madre; cada minuto que el presidente dedica a defender al excandidato acusado de violación, cada gesto de indiferencia para hablar de candidatos de su partido que manosean mujeres en público demuestra su desprecio a las mujeres, a las madres que hartas de la indiferencia apostaron por la esperanza.
10 de mayo del 2021, los estragos de la pandemia provocada por un virus letal que se atacó con estampitas religiosas, se llevó madres y celebraciones, pero nos queda la posibilidad de apelar a los sentimientos que supuestamente nos distinguen de otras especies; hijos somos todos y es de bien nacidos ser agradecidos, honremos a las madres y su insustituible trabajo diario en la construcción de México.