Ya se sabe que hubo un tiempo en el que la frontera no existía. Hubo otro en el que estaba más al norte, con el río Nueces. Y ya se sabe que lo que ahora es Nuevo México, Utah, Nevada, Arizona, California, Colorado y Texas, pasó de México a Estados Unidos por la firma de un tratado infame hace algunos cuantos años. Lo que yo no sabía es que hay lugares en los que el ojo engaña y parece que la frontera todavía no existe.

La primera vez que fui, trabajaba como reportero en el canal local de Telemundo en Los Ángeles. Manejamos tres horas por la autopista 5 en el tráfico del Sur de California. Fuimos a hacer una entrevista entre Tijuana y San Diego. Llegamos así a Playas de Tijuana, la esquina más occidental de México. Ahí me impresionó ver cómo la valla metálica que define la frontera atraviesa autoritaria estas dos ciudades que podrían ser una misma y, cuando llega al océano, se hunde y desaparece. Es como si el mar se la tragara. Sobre el agua, a la frontera no le queda más que ser imaginaria.

Lo mismo sucede en algunas regiones inhóspitas del desierto de Nuevo México: no hay cerca de láminas o barrotes oxidados que dividan a México de Estados Unidos. Ni siquiera un alambre de púas. Con un solo paso es posible hacer un viaje internacional y no darse cuenta. Incluso se puede estar en los dos países al mismo tiempo, con un pie de cada lado.

Igual que en el Valle del Río Grande, Texas. Aquí el muro se levanta alto e imponente. Pero hace un par de años me llevaron a un punto digno de fotografía en el que, de pronto y de golpe, el muro termina. De repente hay muro y de repente ya no. Unos kilómetros adelante la valla aparece otra vez, pero en medio queda el vacío: un hueco gigante en nuestra frontera.

Esta línea que nos divide, tan porosa y tan compleja, estuvo en el centro de la Cumbre de Líderes de América del Norte en la Ciudad de México. El encuentro entre México, Estados Unidos y Canadá parte de una base esencial en la región: la prosperidad y la seguridad común están entrelazadas. Las oportunidades de un lado de la frontera impactan inevitablemente al otro lado. Lo mismo ocurre con las amenazas. Por eso la migración, el tráfico de fentanilo de sur a norte, y el flujo de armas de norte a sur, dominaron la agenda. Lo que se mueve en la sombra, aquello que peregrina en la clandestinidad y atraviesa nuestra frontera sin permiso.

La frontera tiene sus cosas. Quienes viven de uno y del otro lado, también. El fallecido editor del periódico Los Angeles Times, Frank del Olmo, escribió alguna vez que la frontera es el encuentro entre dos grandes culturas: la tradición angloamericana de Estados Unidos y Canadá al norte, y la tradición ibérico-india de América Latina al sur. Y los latinos que viven en esa región son el puente entre las dos culturas y los dos idiomas.

El otro día mi hijo de cinco años me preguntó: “Oye, papá, ¿yo soy de México o de Estados Unidos?” Le dije que de los dos, pero todavía no sé bien cómo se vive eso de pertenecer a ambos países. Hay muchos que sí lo saben y comparten la experiencia de mi hijo. Por eso, aunque a veces parece que solo es diplomacia, una fotografía y buenas intenciones, la Cumbre es importante. ¿Qué se dicen nuestros líderes a puertas cerradas? El diálogo entre ellos debe ayudarnos a vivir mejor, aunque estemos partidos por la frontera.

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