Llegó en su silla de ruedas. Lo esperábamos en un pequeño salón del Centro Agustiniano en el Vaticano, a un costado de la Plaza de San Pedro. Un séquito de personas iba con él, todos vestidos de negro; solo él de blanco avanzaba por el estrecho pasillo hacia nosotros. “Papa Francisco, ¿cómo está?” le pregunté y le estreché la mano. “Pues aquí estoy, sentado,” respondió él con una sonrisa. Y así, apenas cruzó el umbral de la puerta, rompió el hielo antes de comenzar la entrevista.
Sobra decir que nunca antes había estado yo sentado frente a un papa. Difícil dar crédito: sí, estás aquí; es el Papa y vas a platicar con él. En general, creo que no hemos visto a muchos otros papas en circunstancias similares, dispuestos a dar entrevistas. Lo valioso de esto es que parece que Francisco quiere acercarse. En el décimo aniversario de su pontificado lo hemos visto dar más declaraciones a la prensa y, aunque ha enfrentado problemas de salud, ha estado dispuesto a hacer llegar su mensaje.
—En estos 10 años, Su Santidad, de todas las cosas que ha querido cambiar en la iglesia, ¿cuál es la que más le ha pesado no haber podido cambiar?
—Yo mismo, querido, me cuesta cambiar —me dijo y siguió. —No. Ninguna de las cosas que quise cambiar fue mía. Todo fue en un acuerdo de los cardenales en las reuniones precónclaves.
—Pero ¿qué siente que le falta por hacer?
—Todo. A medida que vos vas haciendo, te das cuenta de que te falta todo. Por ejemplo, la desclericalización de la Iglesia. El clericalismo es una perversión. O sos un pastor, o no entrés.
Revela mucho del pontífice que hable así de los clérigos, aquellos políticos de la fe que están más preocupados por su posición y su influencia que por servir a los demás. Se nota a veces una amargura en la forma en que admite no haber conseguido todavía limpiar a la Iglesia de los intereses y las intrigas del poder.
Desde el punto de vista de la doctrina, Francisco no es un papa tan revolucionario. Después de todo, sigue condenando el aborto y lo compara con los asesinatos hechos por sicarios. Pero invita a la compasión hacia una mujer que aborta. Y hasta ahora, de eso también hablamos, no hay cambios en el celibato (aunque parece abierto a ello).
Revolucionarios son sus gestos. Francisco escucha y se acerca.
Y no solo es el Papa, sino el único papa en toda la historia que ha convivido con otro papa vivo, Benedicto XVI. Más aún, es el primero que llegó de América Latina, el único que ha venido de un país de habla hispana. Y su condición de migrante lo define.
—¿Piensa usted que migrar es morir un poco? —le pregunté.
—Siempre. Porque dejás el terruño. Mis padres fueron migrantes, yo lo viví en casa.
—Y usted mismo es migrante. Vive en Roma. Pero además es Papa. ¿Se muere también un poco siendo un papa migrante?
—Siempre. Algo dejás. No es lo mismo el mate que te hacés con el termo así, que el mate calientito que te hace tu mama o tu abuela, calientito recién hecho. No es lo mismo. Te falta el aire. El aire natal.
Con solo un pulmón para respirar el aire romano y un dolor intenso en la rodilla derecha, Francisco terminó la entrevista y partió en su silla de ruedas. Antes le regalamos unos alfajores, para que no extrañara. Él nos regaló esta charla que nunca olvidaré.