En los últimos veinticinco años hemos experimentado una transformación radical en la forma en que nos comunicamos y accedemos a información. Las nociones de espacio y tiempo pareciera que se diluyen en lo digital.

Los medios de comunicación han tenido que transformarse para permanecer transversales, relevantes y vigentes. La televisión pierde terreno y las informaciones se nos presentan simultáneamente en formato televisivo como digital.

Los medios impresos compiten con blogs y con medios independientes de todo tipo que han trascendido el papel y la tinta y, así, han obligado a los primeros a actualizarse para sobrevivir.

Dejamos de ser consumidoras o consumidores de datos, para transformarnos en generadores de contenidos en todo tipo de formatos. En cuanto a su alcance, cuando menos podríamos hablar de una democratización de la información y de que poco a poco avanzamos hacia una sociedad de la información, con todo lo que ello puede implicar para el avance de, por ejemplo, una cultura consolidada y creciente de los derechos humanos, la promoción de la cultura de la denuncia o la generación de redes de ayuda y solidaridad nacional, regional o internacional.

Sin embargo, en ese mismo mundo en el que pareciéramos poder avanzar las causas más loables con ayuda de los medios digitales y llegar hasta el último rincón del orbe con ellas, las noticias falsas o fake news se encuentran en todos lados y representan un riesgo no solo a la verdad desde un punto de vista material, sino que, al actualizarse ese riesgo, se ponen a su vez en peligro los derechos de las personas, las instituciones y hasta el rumbo de las naciones.

En ese contexto, la información veraz y de calidad es el vehículo para empoderar a la ciudadanía y sirve, a su vez, a la generación de certeza en situaciones límite o de emergencia. Es de la mayor importancia buscar despojar a la discusión pública de las fake news que, no por ser falsas, dejan de ser ideas que trastocan la percepción de la realidad y, así, la convivencia y la estabilidad social, anteponiendo objetivos políticos, económicos o ideológicos y la agenda correlativa de sus autores.

Frente a esta situación, la labor periodística constituye un medio para encontrar la verdad y exponerla a la sociedad. El periodismo responsable es una forma de ejercer legítima presión ante la desinformación y de rebelarse ante la opacidad y el secretismo, sin importar su origen.

Las y los periodistas exponen incongruencias, evidencian, plantean inconsistencias, investigan, reflexionan, publican y difunden así, ideas. Se inconforman, se rebelan contra lo indebido, lo incorrecto, lo injusto y lo inhumano como lo entendemos en la actualidad. Nos hacen visibilizar un mundo en el que parecieran existir verdades alternativas sustentadas en no más que creencias, sentimientos, convicciones y hasta pasiones, que influyen en el modo en el que se interpretan y comparten los hechos en una sociedad hipermediatizada.

El periodismo es así, motor de cambio y desarrollo democrático al dotarnos de ideas para la discusión de lo público. Nos provee de visiones y perspectivas ampliadas, críticas y agudas. Numerosos escándalos de corrupción han sido expuestos por investigaciones periodísticas serias y profundas responsables de su papel fundamental en el diálogo público.

Por eso, su ejercicio debe seguir contribuyendo a la generación de certeza, la efectiva rendición de cuentas y tender a posibilitar la prevalencia de la verdad, elementos clave en la construcción de una conciencia social informada y democrática.

Comisionado Presidente INFOCDMX

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