En lo que va del año, China se ha consolidado como el segundo socio comercial de México en materia de importaciones, con una participación de 19.9% del total, solo detrás de Estados Unidos, que concentra 39.9%. La presencia del país asiático es particularmente notable en el sector automotriz y en bienes manufacturados de alta demanda. No obstante, esta creciente vinculación ha derivado en un considerable déficit comercial para México; ante ello, el gobierno ha propuesto elevar los aranceles a los productos provenientes de países sin tratados comerciales, entre los que destaca China. La medida surge en un momento en que la guerra comercial entre Estados Unidos y China vuelve a escalar, lo que obliga a México a evaluar con cautela sus implicaciones y a coordinar sus decisiones dentro del marco regional del T-MEC.

De acuerdo con datos oficiales, en 2024 las importaciones mexicanas procedentes de China alcanzaron un valor de 129 mil 458 millones de dólares, un aumento de 13.6% respecto al año previo. En contraste, las exportaciones mexicanas hacia ese país sumaron apenas 8,851 millones de dólares, una disminución de 1.8%. El resultado fue un déficit comercial de 120 mil 288 millones de dólares, cifra que representa más de la mitad del déficit total de México con el mundo. Entre enero y agosto de 2025, el patrón se mantiene: las importaciones desde China sumaron 85 mil 213 millones de dólares, frente a 5 mil 933 millones en exportaciones, generando un déficit de 79 mil 280 millones de dólares en el periodo.

De los diversos productos importados, los automóviles destacan por su dinamismo. En 2024 alcanzaron un valor de 13 mil 490 millones de dólares, un incremento de 24% respecto a 2023, según la Secretaría de Economía. Este comportamiento refleja la creciente dependencia del mercado mexicano respecto a la producción china. En este contexto cobra relevancia la propuesta del gobierno de incrementar los aranceles a las importaciones de países sin tratados comerciales, categoría en la que se encuentra China. Actualmente, los automóviles provenientes de ese país pagan entre 20% y 25% de arancel, pero se ha planteado elevar esta tasa hasta 50%, el máximo permitido por la Organización Mundial del Comercio (OMC). La intención es doble: proteger la industria nacional y reforzar la posición de América del Norte frente a la competencia china, en sintonía con la estrategia estadounidense.

La guerra comercial entre las dos mayores economías del mundo ha provocado fuertes distorsiones en las cadenas globales de valor. A medida que Estados Unidos reduce sus importaciones desde China, otros países asiáticos han aprovechado la oportunidad para ocupar el espacio que deja el gigante asiático. Según el US Bureau of Economic Analysis (BEA), entre enero y julio de este año las importaciones estadounidenses provenientes de China disminuyeron 18.1% anual, mientras que las de Taiwán y Vietnam aumentaron 58.8% y 43.7%, respectivamente.

Una de las razones de esta limitada capacidad de respuesta es la insuficiente infraestructura productiva y logística del país, que impide sustituir con rapidez los bienes provenientes de China. Esta vulnerabilidad obliga a analizar con detenimiento las implicaciones de una política arancelaria más agresiva, pues el impacto podría extenderse más allá del sector automotriz y afectar a la industria manufacturera en general.

Aunque ya se han iniciado negociaciones con el gobierno chino, las autoridades mexicanas deberán evaluar los efectos directos e indirectos de los incrementos arancelarios. Además del caso de los automóviles, se prevé elevar hasta 50% los aranceles a autopartes, productos siderúrgicos, prendas de vestir, textiles, papel y cartón; y hasta 35% para plásticos, electrodomésticos, artículos de marroquinería, motocicletas y remolques. Si bien estas medidas buscan corregir los desequilibrios comerciales, el riesgo más inmediato sería un repunte inflacionario, dado que muchos de los productos importados no se fabrican localmente y su demanda difícilmente se reduciría, trasladando los mayores costos al consumidor final.

Por estas razones, las decisiones en materia comercial deben tomarse de manera coordinada y no unilateral. Actuar como bloque regional —México, Estados Unidos y Canadá— resultaría mucho más efectivo, al permitir diseñar estrategias conjuntas y sostenibles para hacer frente a la competencia de China, el principal exportador a nivel mundial.

En suma, la relación comercial entre México y China se encuentra en un punto de inflexión. La tentación de responder con medidas proteccionistas puede ser comprensible ante el déficit y la presión política de Estados Unidos, pero el costo económico de una acción mal calibrada podría ser alto. México debe aspirar a una política comercial que combine prudencia y visión estratégica: aprovechar su posición geográfica y su integración al T-MEC para fortalecer la producción regional, atraer inversiones derivadas del nearshoring y reducir su dependencia de insumos asiáticos. Solo así podrá dejar de ser el “tercero en discordia” y convertirse en un actor central en la reconfiguración del comercio global.

Presidente de Consultores Internacionales, S.C.

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