El primer trimestre de 2025 se caracteriza por la debilidad de la actividad económica, una situación que, en sentido estricto, se ha venido manifestando desde finales de 2023, cuando la economía comenzó a desacelerarse. Recientemente, el Inegi reportó que el PIB creció apenas 0.2% trimestral y 0.6% en comparación anual, con base en cifras ajustadas por estacionalidad; sin embargo, con cifras originales, el producto cayó 3.3% como resultado del retroceso de todas las actividades económicas, especialmente las primarias y, por primera vez, las terciarias, que hasta entonces se habían mantenido con buen impulso. Las perspectivas para el futuro inmediato no son alentadoras, especialmente considerando que la incertidumbre —que ha mantenido relativamente baja la inversión nacional y extranjera— no se disipa, lo que mantiene al país en ruta hacia una recesión durante este mismo año.
Tras la caída de 0.6% registrada en el último trimestre de 2024, el ligero crecimiento de 0.2% en el primer trimestre de 2025 generó la percepción de que se evitó entrar en recesión, entendida como la situación en la que la actividad económica de un país cae durante tres trimestres consecutivos. Sin embargo, como se ha señalado, al tomar las cifras originales —que reflejan el comportamiento real de la economía— se observa que, si bien en el último trimestre de 2024 hubo un crecimiento de 0.8%, en el primero de 2025 se registró una caída de 3.3%.
En particular, el sector primario, que aparentemente había revertido su debacle, mostró en realidad una caída de 13%. Una situación similar se observó en los sectores secundario (industria) y terciario (servicios): el primero registró una disminución de 1.7% respecto al trimestre anterior, mientras que el sector terciario cayó 4.2% durante el mismo periodo. Lejos de haber evitado la recesión, las condiciones actuales parecen adversas; ya se cuenta con un trimestre de contracción en todas las actividades productivas y, si se concretan las tendencias anticipadas por los indicadores adelantados, la recesión podría convertirse en una realidad.
México se encuentra en ruta hacia una recesión, pues las condiciones internas y externas no permiten adoptar una postura más optimista. Si bien la amenaza de nuevos aranceles no se ha expandido ni generalizado, la inestabilidad de la política comercial del gobierno estadounidense mantiene latente la incertidumbre y la volatilidad en los mercados. Recientemente se anunció un incremento en los aranceles al acero y al aluminio, de 25% a 50%; de igual forma, está en proceso la imposición de un impuesto a las remesas, y existe la posibilidad de que se adelante la revisión del T-MEC.
En el ámbito interno, la reforma judicial —que se materializará el 1 de agosto de este año, tras las elecciones del 1 de junio— genera bajas expectativas de que, mediante el nuevo proceso, se corrijan los vicios que pudieron haber existido en el defenestrado poder judicial. En consecuencia, la inseguridad jurídica y normativa seguirá siendo un factor que incida negativamente en las decisiones de inversión.
México no está esquivando la recesión; está avanzando hacia ella. A esto se suma que los indicadores oportunos de actividad económica prevén crecimientos nulos para el siguiente trimestre. La disminución continua en la tasa de política monetaria es un claro reflejo de la percepción de que la recesión se avecina; incluso el propio banco central ha reducido su expectativa de crecimiento para 2025 de 0.6% a 0.1%. Las señales son claras: se requiere concretar acciones, no solo anunciarlas. No será a través de programas sociales y gasto improductivo como se resolverá el problema, sino mediante inversión y productividad, base fundamental de todo desarrollo sostenible.
Presidente de Consultores Internacionales, S.C.