La economía mexicana no está creciendo al ritmo necesario para incrementar el ingreso per cápita y sostener el bienestar y prosperidad de la población. Se pueden exponer múltiples razones que aportan explicaciones creíbles al fenómeno. Sin embargo, la más robusta es la baja y con tendencia decreciente productividad de los factores productivos.
La productividad es una medida de eficiencia, nos dice cuánto de un bien o servicio se puede producir con una cantidad determinada de recursos (mano de obra, tiempo, capital, espacio, materia prima, etc.) en un período de tiempo específico. A nivel macroeconómico, la productividad es determinante del potencial de crecimiento de la economía en un país. La productividad estancada o peor aún decreciente, incrementa los riesgos de no crecer sostenidamente en el largo plazo.
Siendo la mano de obra quizá el factor de la producción con mayor participación en el aparato productivo nacional, dimensionar el comportamiento de su productividad permite entender el porqué de las bajas tasas de crecimiento de la economía. Distintos estudios muestran que el crecimiento económico se ha sustentado en la dinámica de la fuerza laboral que cada año entra al mercado buscado colocarse, el bono demográfico ha aportado estos recursos. Por supuesto que otros factores han participado como la inversión de capital pública, nacional y extranjera; no obstante, la productividad de estos factores ha venido disminuyendo.
El nivel de productividad de un trabajador está estrechamente ligado a las competencias, conocimiento, habilidades, pero también al ambiente de trabajo, las prestaciones y las remuneraciones. Ahora bien, según el desempeño mostrado por el Índice de productividad laboral del sector manufacturero y de las actividades secundarias que calcula el Inegi, la productividad laborar ha venido en franco deterioro. De mediados de 2014 a finales de 2022 la productividad del sector secundario ha caído 19% y la de las manufacturas en 5%, y la senda decreciente no muestra signos de viraje, máxime si no se implementan las reformas necesarias para logarlo. La tendencia arrastra a la productividad general, que tampoco despega y más bien se ha debilitado.
Sin soslayar que en el caso mexicano la economía nacional se encuentra en un proceso de desindustrialización; que existen disparidades en el desarrollo regional y en el tipo de industria (particularmente en su contenido tecnológico e intensidad de uso de mano de obra); y en el tamaño de las empresas, y su acceso a facilidades de inversión, innovación y financiamiento. La reducción en la productividad laboral deriva en gran parte del uso inapropiado de los recursos humanos que poseyendo altas competencias no encuentran los puestos apropiados ni los incentivos correctos, lo que genera desigualdades y pobreza laboral, y de la escasa asimilación e introducción de innovaciones que optimicen el uso de recursos para la producción, lo que se exacerba en las pequeñas y medianas empresas.
Para incentivar la productividad es necesario invertir decididamente en capital humano con habilidades y competencias, ciertamente ello implica que se pongan en marcha incentivos y programas gubernamentales. De igual forma al interior de las empresas crear los programas de atracción y retención de talentos que premien la eficiencia y el conocimiento, sin que ello implique impedir o limitar la movilidad laboral.
El gobierno juega un papel preponderante en el desarrollo de la productividad, a partir de proveer de infraestructura eficiente y sustentable e instrumentar políticas que apoyen a las pequeñas y medianas empresas a ser más innovadoras y que puedan participar en las cadenas globales de producción. El acceso a financiamiento competitivo deberá ser pilar de la política de desarrollo de las MiPymes y de la productividad laboral.
El país requiere atender y actuar con toda prioridad en el incremento de la productividad, es la llave del crecimiento.
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