En medio de un escenario global marcado por tensiones comerciales, incertidumbre en los mercados financieros y señales de desaceleración en las principales economías, tanto la OCDE como el FMI han sorprendido con revisiones al alza en sus expectativas para México en 2025 y 2026. Se trata de un giro llamativo, pues apenas en marzo y abril ambas instituciones anticipaban un retroceso del PIB mexicano y ahora sugieren un modesto crecimiento. La OCDE, en su reporte (Economic Outlook, Interim Report) de septiembre, pasó de prever una contracción de 1.3% a un avance de 0.8% en 2025 y para 2026 ajustó su estimación de -0.6% a un “ilusionante” 1.3%.

El FMI, por su parte, mediante una declaración de su personal técnico durante una reciente visita al país mejoró su proyección de -0.3% a un crecimiento de 1.0% para el próximo año, destacando la resiliencia de las exportaciones y la disciplina macroeconómica como anclas de confianza. Incluso el gobierno federal, en sus criterios de política económica, mantiene un rango de crecimiento positivo para 2025, si bien más conservador que en los precriterios de marzo, situándolo entre 0.5% y 1.5%. Para 2026, plantea un rango de 1.8% a 2.8%, cifras que reflejan una apuesta por la recuperación gradual.

El contraste entre estos pronósticos optimistas y la realidad que muestran los componentes de la economía mexicana merece una reflexión más profunda. El consumo privado, que representa alrededor de 70% del producto, ha mostrado una tendencia negativa: en la primera mitad de 2025 retrocedió 0.44% en términos reales a tasa anual y los indicadores oportunos sugieren que esta debilidad continuará. Detrás de este comportamiento se encuentran factores como el estancamiento del poder adquisitivo, aun con una aparente mejora en el ingreso disponible, la persistencia de la inflación en algunos bienes básicos y una menor confianza del consumidor. Para millones de hogares, el optimismo de las cifras globales no se traduce en una mejoría en su bolsillo, lo cual limita el dinamismo de la economía interna.

La inversión ofrece un panorama todavía más complejo. La formación bruta de capital fijo acumula una caída conjunta (construcción y maquinaria y equipo) de 6.6% en el primer semestre. La inversión pública prácticamente se desplomó, con retrocesos de más de 30% en la primera mitad del año, reflejando la parálisis de la obra gubernamental, que concentra recursos en pocos proyectos estratégicos y deja sin impulso a la infraestructura regional. En el caso de la inversión privada, la cautela predomina ante la falta de certidumbre regulatoria y política. Si bien la inversión extranjera directa registra un ligero crecimiento (2.6%), este se sostiene principalmente en la reinversión de utilidades de empresas ya instaladas, lo que muestra que los grandes capitales prefieren mantener operaciones existentes antes que apostar por nuevos proyectos. Esta tendencia limita la capacidad y el atractivo de México para aprovechar fenómenos como la relocalización de cadenas productivas, que en otros países de la región sí ha comenzado a generar inversiones frescas.

El único componente del PIB que muestra dinamismo son las exportaciones, con crecimientos de 12.0% en la primera mitad del año; el vínculo con Estados Unidos, que concentra más de 80% de las ventas externas mexicanas explica gran parte de este impulso. Sin embargo, también representa un riesgo: la propia OCDE prevé que la economía estadounidense crecerá solo 1.8% en 2025 y 1.5% en 2026, lo que limita el margen para que México dependa exclusivamente del sector externo. Más aún, las tensiones comerciales derivadas de las políticas arancelarias de Estados Unidos y las próxima revisión o renegociación del T-MEC podrían alterar este escenario, introduciendo un nivel adicional de incertidumbre.

En este contexto, 2025 corre el riesgo de convertirse en un año perdido para la economía mexicana. Si bien los pronósticos internacionales evitan hablar de recesión, la realidad es que el país no cuenta con motores internos capaces de sostener un crecimiento sólido. El consumo y la inversión —los verdaderos pilares de una economía saludable— permanecen débiles y cualquier avance dependerá más de factores externos que de decisiones propias. No es casual que organismos como la OCDE atribuyan parte del crecimiento esperado al adelantamiento de compras por parte de empresas estadounidenses antes de la entrada en vigor de nuevos aranceles, cuya amenaza no ha logrado disiparse. No debemos olvidar que este tipo de factores son coyunturales, no estructurales y difícilmente garantizan un crecimiento sostenible en el mediano plazo.

La verdadera discusión debe centrarse en qué podemos hacer para transformar el optimismo estadístico en crecimiento real. En primer lugar, el gobierno y los agentes económicos necesitan replantear en conjunto el llamado Plan México y convertirlo en una estrategia concreta, con medidas verificables para estimular la inversión pública y privada, diversificar la base exportadora y mejorar la competitividad y productividad interna. En segundo lugar, será indispensable fortalecer la certidumbre política e institucional; políticas claras, transparentes y consistentes son condición necesaria para que tanto inversionistas nacionales como extranjeros tomen decisiones de largo plazo y con enfoque regional. Finalmente, el país debe apostar a negociaciones exitosas en las revisiones al T-MEC, reduciendo tensiones comerciales y asegurando condiciones que favorezcan el comercio y la inversión.

El optimismo de la OCDE y el FMI puede interpretarse como un voto de confianza hacia México, pero es un voto condicionado. Las cifras positivas no sustituyen las reformas estructurales, ni garantizan un crecimiento duradero. En última instancia, el reto es claro: México debe dejar de depender de los factores externos que lo mantienen a flote y construir un entorno interno que devuelva dinamismo a su economía. Solo así el país podrá evitar que 2025 quede registrado como un año perdido y comenzar a sentar las bases de un crecimiento sostenido hacia el futuro.

Presidente de Consultores Internacionales, S.C.

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