Ana Carmona Ruiz tuvo que disfrazarse de hombre: vendó su pecho para aplastar sus senos. Soportó vejaciones, insultos, represiones familiares que implicaron un destierro y recibió todo tipo de agresiones en la calle. Incluso la apresaron porque cometió el delito… de jugar futbol. Una mujer jugando futbol. Imagine usted la herejía. El atrevimiento. La insolencia. Y no sólo eso: tuvo la osadía de practicarlo mejor que los hombres.
Ana, quien nació en Málaga en 1908 y murió muy joven ahí mismo, en 1940, a los 32 años, “cogía su pelo con una gorrilla de lana y vestía una equipación holgada para ocultar que era mujer y poder jugar al futbol”, según escribió hace cuatro años y medio en el periódico Público un periodista español, Henrique Mariño, quien entrevistó a un locutor (Jesús Hurtado) que por azar se convirtió en biógrafo de la mujer cuando tecleaba un libro sobre el club Vélez y buscaba las historias de sus jugadores, conocidos por sus apodos, hasta que se topó con el caso de Veleta, un miembro del equipo sobre el cual nadie quería hablar, aunque estaba claro que existía porque, uniformado como los demás, posaba en una fotografía con el resto del club.
“Llegué a pensar que callaban porque quizás era un refugiado de guerra, hasta que me confesaron que habían sellado un pacto: Veleta era una mujer, “pero como jugaba mejor que nosotros”, la protegían, le narraron a Hurtado. Reconocían que habían aprendido de ella: tenía más técnica que los demás ya que empezó a darle al balón desde muy chica, cuando observaba a los marineros ingleses que desembarcaban ahí y jugaban futbol. Fue así que aprendió, emulándolos, practicando sola.
Ana era “alta, fornida y dominaba el juego aéreo. Mediocentro bregadora, sabía orientarse y pasar el balón. Con gran derroche físico, hablamos del clásico pulmón que repartía juego y, de vez en cuando, metía un gol", la definió Hurtado en el reportaje de Mariño. Era una crack.
Ana también jugó en otro equipo, Sporting de Málaga. Ahí no tenía apodo ni nombre cuando se daban las alineaciones, ella era una equis en el papel para evitar que la descubrieran. "Algunos le tenían envidia porque les quitaba el puesto, y cuando el público se enteraba que era una mujer, se paraba el encuentro, le escupían, la insultaban, la perseguían y le tiraban piedras", le contó Hurtado al reportero Mariño.
El biógrafo entendió el porqué de su apodo: "Cambiaba de mujer a hombre y viceversa, como una veleta", y sin ceder jamás, sin dejar de hacer lo que quería, lo que amaba, pasara lo que pasara: durante el tiempo que había estado en el Vélez llegó a ser detenida por la policía, le raparon el pelo, le pusieron multas y la castigaron encerrándola en su casa.
Todo eso y más tuvo que padecer Ana para que pudiera ser, probablemente, la primera futbolista digamos que profesional.
Cuántas Anas habrán sufrido cosas similares -o peores- en barrios de todo el mundo (en los míos los ojetes se burlaban de ellas diciéndoles “marimachas”) para que llegáramos al emocionante tiempo que vivimos en el que el futbol femenil se ha convertido en un gran agente de transformación social: millones de niñas en todo el mundo -no estoy exagerando- ven en las futbolistas profesionales de hoy el modelo de mujer que quieren ser, pero no sólo en un deporte del que ya se apoderaron gracias a su brillantez y talento, sino en la existencia misma, como dice la española campeona del mundo Alexia Putellas, una de las mejores futbolistas del planeta (Balón de Oro en 2021 y 2022), que hace unos días estuvo en México para fomentar una escuela o clínica de futbol (que no sólo es de futbol) para niñas, adolescentes jóvenes entre 6 y 26 años: “Utilizamos el futbol como vehículo, pero la finalidad no es crear futbolistas sino darles herramientas a esas niñas para que se puedan desarrollar en un futuro en su vida profesional, su vida y evolución emocional, familiar, de amistades, de relaciones, y empoderar a esas niñas para que ellas sean lo que quieran ser, acompañadas de entrenadoras que son educadoras emocionales con trabajos que irán de 8 a 10 años de duración para ellas”.
Todo eso para hacer de la comunidad un lugar mucho mejor, dice Alexia.
México, a través del futbol, tiene una gran oportunidad para erradicar machismos y fomentar vidas poderosas en las niñas y adolescentes de hoy que habitan en los barrios más difíciles, como mencionaba Alexia, a fin de que sean las mujeres exitosas de mañana en cualquier lugar y ante cualquier reto.
Quizá alguien se lo haga ver a la Presidenta de México y Claudia Sheinbaum pueda platicar con Altagracia Gómez para que ella convoque a empresarias que puedan invertir y replicar masivamente el modelo de Alexia y de otra grande del futbol, la española igualmente campeona del mundo Aitana Bonmatí (Balón de Oro 2023 y 2024), que recién en mayo, junto a una empresa justamente mexicana, ha recibido a niñas de México y 23 países en su club, el Barcelona, para lo mismo, para ayudarlas a emprender sus sueños en un entorno seguro: “Cuando yo tenía esas edades no tenía referentes femeninos y por tanto tampoco veía la opción de poder llegar a ser futbolista profesional. Siento una responsabilidad (con las nuevas generaciones) y no solo dentro del campo sino fuera”, dice la catalana.
Por eso el futbol es lo más importante entre los menos importante, porque si de mujeres se trata, hoy el futbol puede cambiar las vidas de miles de Anas como la de Málaga. Lo veo en CU cada vez que voy a un partido de nuestras Pumas (desde el año pasado procuro ir a todos): miles y miles de niñas y adolescentes con sus familias toman las gradas para ver a sus futbolistas derrochar garra en el campo, y sí, las pequeñas y las jóvenes quieren ser como ellas, pero sobre todo, quieren gozar de lo que tienen ya en el Olímpico Universitario, de un espacio seguro que les inspire para emprender sus propias épicas fuera de la cancha, acompañadas de un país que las respalde extirpando todos los machismos perpetuados hasta hoy.
Ojalá esto se replique, adaptado a nuestras circunstancias, en todo el país, porque el fútbol y lo que genera de empoderamiento sí cambia vidas de mujeres mexicanas: lo he visto de cerca en dos casos de gente muy querida, una futbolista amateur en sus años veinte y una profesional ya en los treinta, ambas híperchingonas consigo mismas y sus entornos, pero también, y sobre todo, como ejemplo para nuevas generaciones porque ellas, como Alexia y Aitana, ya rompieron sus techos de cristal dentro y fuera del futbol.
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