El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y las tensiones que éste ha provocado le han venido a Claudia Sheinbaum -por citar a un clásico de su movimiento- como anillo al dedo, hasta el punto de que ocho de cada diez mexicanos aprueban su trabajo.

El dato mediocre de la economía mexicana dado a conocer hace unos días (1.4% creció en 2024) y los miles de empleos perdidos en enero no provocaron un descontento con ella, ya que sólo un magro 11% desaprueba su desempeño. Ni siquiera le hizo mella el hecho de que en términos de corrupción México haya ocupado un sitio internacional más humillante del que tenía (lugar 140 de 180 países medidos, el peor lugar desde 2012). De hecho, su aprobación creció tres puntos y la desaprobación cayó dos, de acuerdo con la encuesta Buendía & Márquez para EL UNIVERSAL publicada esta semana.

Justamente sólo dos de cada diez mexicanos (28%) creen que el país va por un mal o muy mal camino, y únicamente dos de cada diez encuestados piensan que a Sheinbaum se le están saliendo las cosas de control. Siete de cada diez personas creen que “tiene las riendas del país”.

¿Qué provoca semejante apoyo ciudadano? Un viejo secreto político: la defensa del país, de la nación, de la patria. La gente percibe que tanto en sus redes sociales como en sus discursos y mensajes la Presidenta ha respondido con firmeza a los arrebatos de Trump. Las y los ciudadanos responden que lo mejor que ha hecho Sheinbaum en su gobierno, hasta ahora, es… “defender al país de Donald Trump”. Después de las terribles imágenes de la Casa Blanca que presenciamos este viernes, en las cuales Trump y su vicepresidente humillan despiadadamente al mandatario de Ucrania, Volodímir Zelenski, la mexicana ha salido muy airosa de sus llamadas telefónicas con el estadounidense, según la percepción ciudadana.

¿Quiénes apoyan más a Claudia? Los estudiantes, con un bárbaro 96%. Los más jóvenes votantes (entre 19 y 29 años), con 89%. Las mujeres amas de casa, con 85%. Las mujeres en general, con 81%. Y la gente de mediana edad (30 a 45%), con 81%.

La consecuencia de todo esto es el avasallamiento de la oposición a manos de su partido y su movimiento: si vemos otra medición de la misma casa encuestadora publicada hace dos días, pero ahora con las intenciones de voto para la Cámara de Diputados, la 4T arrasa con el 54% (46% Morena, 5% Verde y 3% PT) y la oposición es insignificante, tanto, que el PRI (8%) y el PAN (7%) fueron relegados al tercer y cuarto lugares. Esa cosa rara que es Movimiento Ciudadano, donde conviven dinosaurios con gente joven despistada, les robó el tercer lugar con el 10% de la intención de voto. Aunque se juntaran esos tres partidos, sólo captarían el 25%, menos de la mitad de lo que suman Morena y sus aliados.

Para la democracia siempre es una pésima noticia que no haya oposición, o que ésta se haya vuelto simbólica y testimonial. Cierto, la insolente corrupción priista y su autoritarismo de décadas hirieron a la sociedad hasta el punto de no retorno, del no perdón, como estamos viendo, y las ocurrencias y arrebatos del panismo hicieron lo propio hasta sumirlo en su peor momento, pero no es sano para un joven sistema democrático que haya salido de una dictadura de partido de Estado para derivar en un imperio democrático sin contrapesos. Y digo democrático porque la gente sigue votando por la 4T, y por lo visto lo volverá hacer en las elecciones locales de este 2025 en Durango y Veracruz, donde hasta ahora los sondeos le dan una ventaja considerable a Morena y los suyos.

Curioso, ahora la oposición, aunque sea retardataria, está al seno de Morena, donde varios personajes impresentables boicotearon la iniciativa presidencial que pretendía impedir el nepotismo en los cargos de elección popular desde los comicios del 2027.

Qué vergüenza. Reitero lo que he escrito desde hace mucho, en términos discotequeros de los años 70, 80 y 90: Morena debió tener un cadenero que impidiera la entrada de tanto personaje renegado y espantoso. Por no hacerlo, ahora la mismísima Presidenta, su Secretaria de Gobernación y la lideresa de su partido, pagan las consecuencias de las incongruencias del sexenio pasado, que por avalarlas o adoptarlas, también son las suyas.

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