Ya en el sexenio de Vicente Fox, y sin inmutarse un ápice, el exgobernador priista se ufanaba en corto, siempre durante cenas privadas con una decena de comensales pululando cerca del reportero:
-No, manito, Fox es un pendejo. Nosotros teníamos un acuerdo con los narcos: ellos controlaban un tercio del estado para sembrar y traficar, y no se metían en el resto del territorio. Hasta por la base naval transitaban a veces, si era necesario, y todos en paz.
-La pax narca del priismo… -el reportero lo miraba directo a los ojos, pero no como un reto sino para azuzar su vanidad. El hombre creía realmente que había sido una gran idea política irle cediendo espacios al crimen organizado.
En un inicio eran charlas off the record, así que el líder está presente del priismo regional siempre estaba a nada de confesar que, a nivel nacional y desde joven, él había sido el autor intelectual de tan brillante filosofía política, pero que “el culero de Zedillo” lo había traicionado.
Ya lo he escrito por aquí y allá: le advertí dos veces que cesara de decirme esas cosas porque yo terminaría por publicarlas, pero él sólo me miraba, reía, se mostraba impertérrito, y reincidía. En tiempos de Felipe Calderón, durante un desayuno, siguió.
-Calderón es un pendejo, con nosotros no había este desmadre, teníamos todo bajo control, manito.
- ¿No se ha puesto a pensar que este desmadre tal vez sea culpa de ustedes, los priistas, consecuencia de haber pactado con jefes de sicarios que un día iban a enloquecer y matarse entre ellos, justo como pasó, y que se irían apoderando de más y más territorios, tal como sucedió?
Nada. Esas son mamadas, manito. Los teníamos controlados. Había paz. Nada. Estaba convencido, como algunos obradoristas años después, de que no había que combatir a los cárteles sino pactar siempre con ellos, no para que dejaran de delinquir, sino para que lo hicieran quedito, calladitos, nomás poquito, sin tanto estruendo, como si el machismo y la codicia pudieran controlarse. Muertitos por aquí y allá, pero mejor nomás desaparecidos en los pozos o en el mar, para que no haya charcos de sangre y la prensa no ande husmeando.
Política de Estado acorde al sicariato, al fin que los monstruos duermen para siempre y no destazan todo cuando despiertan.
Ese es el antecedente real del desastre, al menos por lo que toca a lo que yo he podido reportear y documentar este siglo en veinte estados de la república donde cubrí zonas de riesgo.
Imagine usted el tamaño de la corrupción que ha habido en este país desde el siglo pasado: hace unos días Ismael El Mayo Zambada declaró en una corte de Estados Unidos que corrompió a políticos, policías y militares… ¡durante 45 años! Desde 1979 y hasta 2024, el señor dedicó cuatro décadas y media a dar dinero -carretadas con millones y millones de pesos y dólares- para cientos de funcionarios mexicanos.
En México somos expertos en normalizar todo, como ocurre con la violencia. Por favor evítelo durante unos minutos y dimensione la declaración del capo: 45 años, cuatro décadas y media, siete sexenios completos y tres años de dos sexenios.
De ese tamaño la impunidad. Yo tenía diecisiete años y apenas andaba descubriendo qué quería hacer en la vida cuando este narcotraficante ya corrompía a servidores públicos municipales, estatales y federales. El año pasado, cuando arribé al otoño de mi vida, el tipo seguía haciendo lo mismo. ¿Usted qué edad tenía, o acaso no había nacido, cuando este personaje ya era rey? Recuerde, apenas lo capturaron el año pasado y eso fue gracias a una celada, a una traición de otros narcos que lo treparon a un avioncito y lo depositaron en Estados Unidos, no porque alguna autoridad mexicana lo hubiera detenido: durante todo ese tiempo, a lo largo de 540 meses de bacanal delictivo, en el transcurso de 16 mil 425 días de oprobio para las fuerzas de seguridad, nadie lo tocó, que yo sepa, con el pétalo de un arresto.
Piense, lectora-lector: sin que ninguna autoridad le perturbe en lo más mínimo durante ¡nueve sexenios!, desde el final del gobierno de José López Portillo y hasta del inicio del de Claudia Sheinbaum, ¿qué clase de redes de complicidad tiene que haber tejido usted para producir estupefacientes, traficar drogas, extorsionar a medio mundo, ordenar la ejecución de quién sabe cuántos batos, desaparecer vaya usted a saber a cuánta gente (incluidas mujeres, asumo), dar entrevistas a periodistas renombrados (incluso a un embustero engaña bobos) y vivir tranquilo en sus ranchos montando a caballo y viendo tele?
No es posible entender tal impunidad sin ligarla a la corrupción y a la complicidad absoluta del Estado mexicano. No exagero, sí fue el Estado, sopéselo bien. López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador, Claudia Sheinbaum y sus gobiernos, sus policías, sus fiscales, sus militares, sus marinos, los gobernadores y alcaldes, todos fueron incapaces de someter a este Padrino a la mexicana.
¿Fue por ineptos o por corruptos?
¿O por las dos razones?
Permítame hacer mi trabajo reporteril básico, que es preguntar: ¿en serio nadie, durante 45 años, absolutamente nadie supo jamás dónde se escondía el Corleone rural de Sinaloa?
Nadie. Era el Mayo y el mago, el escapista, un fantástico hombre invisible.
¿Entonces cómo llegaron hasta él dos muy buenos periodistas, Julio y María Scherer, con años de distancia entre ambos encuentros? Llegaron ahí por su pericia, su temple, su perseverancia… y sus buenos contactos. Por su periodismo, que viene a ser, para este caso, un trabajo de Inteligencia.
Y claro, antes de que usted me lo espete en los comentarios de abajo, lo tecleo yo: sí, ambos lo consiguieron también porque el señor del narco quería verlos para expandir su propaganda de Robin Hood y para colgar fotos en su egoteca, seguro, pero María y Julio hicieron su trabajo, que era llegar hasta él. Luego hicieron preguntas y el señor contestó, no respondió, no dijo nada, o evadió, pero ellos hicieron lo que tenían que hacer: es decir, en términos policiales, llegar hasta sus narices, lo que el Estado mexicano no hizo o no quiso hacer en siete sexenios completos y en porciones de dos más.
¿Ni un soldado mexicano pudo hacer lo mismo que los Scherer en 45 años? ¿Ni un marino? ¿O el poder civil le ordenó a los generales que no se le acercaran al Don? ¿Y las fiscalías tampoco pudieron, no quisieron o les ordenaron que no se metieran con el viejón? ¿Y el Poder Judicial? ¿Realmente el Poder Judicial les obsequió (así de cursi lo dicen) a los ministerios públicos órdenes de aprehensión atendibles? ¿Son unos ineptos los fiscales, o miedosos y corruptos? ¿O todo junto?
Lo del caso Mayo Zambada es el ridículo más grande al que ha sido sometido el Estado mexicano, para regocijo de las hipócritas y cínicas autoridades judiciales y policiales gringas, que durante esos mismos 45 años permitieron que el narco vendiera impunemente sus productos en cuantas calles estadunidenses quiso, y que gracias a ello la Famiglia Sinaloa obtuviera millones de dólares (15 mil millones, ofreció Zambada pagar a Estados Unidos como compensación), y adquiriera miles y miles y miles de armas de alto poder para asesinar mexicanos.
Qué vergüenza histórica, carajo.
Bajo fondo
Desde hace años, los dos son tal para cual, siempre insolentes y déspotas El Guayabo y El Tostado del Legislativo. Borrachos secos ejemplares. Uno, el del manual moderno para matar periodistas, y el otro, el del decálogo para humillar ciudadanos, mujeres y periodistas, son la síntesis perfecta de la bazofia política de este país.
Son unos fachos hechos y derechos ambos, porque los extremos siempre terminan por tocarse, y a veces acaban empujándose en una comedia de muñecos, diría Dostoievski.
La sinrazón ciertamente los hermana en su procacidad política y yo sólo tengo una pregunta, dividida en dos: ¿quién demonios vota por ellos, quién jijos de la fregada respalda a estos?
jp.becerra.acosta.m@gmail.com
Twitter: @jpbecerraacosta

