Por partes:
1.- Celebro que el Presidente de la República no haya tenido ninguna enfermedad grave, más allá de un cuadro de Covid, una baja de presión, y un “desmayo transitorio sin perder la conciencia”. Ojalá que su creador, como él dice, le dé vida suficiente para terminar su mandato.
2.- Varios periodistas (es un decir) publicaron mentiras durante las horas de ausencia del Presidente. Que si había tenido un infarto, que si un derrame cerebral, que si parálisis facial o corporal, que si estaba todo moreteado porque se había golpeado el rostro durante su desmayo. Una bacanal de falsedades. Todo sin confirmar ni verificar. ¿Cuándo van a aprender que más vale perder diez notas que ganar un soberano desmentido? Nunca. Los han refutado sonoramente una y otra vez a lo largo de los años y nada, no les importa, porque su cinismo es proporcional a su desmedido ego y a su codicia de clics.
Es regla básica del periodismo: confirma, verifica, reconfirma, checa de nuevo con las fuentes que sean necesarias hasta que tu información esté absolutamente documentada y sea irrefutable. El capital más valioso de un periodista es su credibilidad y ese valor lo perdieron hace mucho tiempo.
Uno de esos líderes de opinión (qué carajos es un “líder de opinión”) se atrevió a decir al aire en una televisora que, ante la falta de información… los medios “especulan”. Que debemos especular en vez de reportear. Hágame usted el reverendo favor. ¿Algo más anti periodístico que no reportear y entonces publicar una especulación, un rumor, un maldito chisme, una mentirota que algún desvergonzado deslizó en tu cartera para perjudicar a alguien?
El periodismo es cotejar y quien no coteja no debe ser periodista. Quizá eso de influencer les vaya bien en sus tertulias, en sus hogueras de vanidades, pero periodistas no son. Si eres periodista y vas a imputar de algo a alguien, pregúntale su versión al imputado. Se llama ética periodística. No es negociable. La ética, que es honestidad, que es probidad, aplica siempre, ya sea en notas, crónicas, entrevistas, reportajes, perfiles, columnas, editoriales o artículos de opinión. Y si el imputado en tus textos no quiere contestar, confirma la información por otros lados y consigna que el señalado no quiso declarar. De otra manera no eres un vendedor de silencio como Carlos Denegri sino un mercader de calumnias. Un transportador de falacias. Una coladera a la que filtran basura para golpear a alguien más.
Jóvenes periodistas, nunca los emulen.
3.- Casi una semana después sigo estupefacto por la cantidad de gente que se manifestó en redes sociales y en chats privados deseando la muerte de AMLO. Cuánto odio, caray. ¿Qué clase de personas (es otro decir) le desean la muerte a alguien, por más que detesten su personalidad y sus políticas? Hubo hasta doctores que rogaban por su fallecimiento. Un médico solo por piedad podría desear la muerte de un enfermo. Hubo quienes le rezaban a Dios para que el Presidente pereciera. ¿Algo menos caritativo, cristiano, católico que desear la muerte de otro ser humano? Qué enfermas y enfermos están, me cae.
4.- Los hombres del Presidente mintieron de manera vergonzosa acerca de la salud de su jefe. Por ejemplo, todos negaron que se hubiera desmayado, empezando por el secretario de Salud, Jorge Alcocer, siguiendo por el de Gobernación, Adán Augusto López, y terminando por su vocero, Jesús Ramírez Cuevas. Fue el propio mandatario el que los desmintió. Deberían renunciar, nomás por dignidad. Aunque, pensándolo bien, creo que esa es su chamba: por lo visto estos días, les pagan por ocultar la verdad, por tergiversarla, o por mentir a secas.
No tienen ni la menor idea de lo que significa divulgar y ejercer la comunicación social. Bastaba la verdad. El Presidente se desmayó, se le bajó la presión, tiene Covid, así que lo regresamos a México, pero está bien. Nada más. Oremos por él. Simple. De manual. Pero, son alérgicos a la verdad. A transparentar. A informar.
5.- Y el Presidente qué tal: en lugar de volver humilde, regresó a su mañanera más virulento que de costumbre. Hasta una colega de páginas, Sabina Berman, que le suele ser afín, tuiteó con sarcasmo: “Yo veo muy agresivo al Presidente. Creo que sí es otro”, tecleó, en alusión a los complotistas que afirmaban en redes que el AMLO de su primer video luego del susto era otro distinto al “original”.
¿Por qué estaba iracundo el Presidente? Para demostrar que no está débil, que está fuerte, que tiene el control de sí mismo y de todo. ¿Cómo hacerlo? Atacando a alguien, eliminando a alguien. Exterminando. ¿A quién? Al INAI. Se dedicó AMLO a decir mentiras sobre el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales.
¿Qué dijo? De todo, puras inexactitudes o mentiras a secas. Que no ha servido para combatir a los corruptos ni la corrupción. O ignora para qué sirve el INAI (lo cual sería penoso) o simplemente miente porque el Instituto no tiene entre sus facultades perseguir a los corruptos sino obligar a los presuntos corruptos que manejan recursos públicos a dar información completa de cómo usan esos recursos, por ejemplo. Los dientes del INAI no son los de un fiscal y mucho menos los de un juez.
Por si alguien gusta leerle al inquilino de Palacio Nacional:
“El INAI es un organismo constitucional autónomo garante del cumplimiento de dos derechos fundamentales: el de acceso a la información pública y el de protección de datos personales.
“Para el primero, garantiza que cualquier autoridad en el ámbito federal, órganos autónomos, partidos políticos, fideicomisos, fondos públicos y sindicato; o cualquier persona física, moral que reciba y ejerza recursos públicos o realice actos de autoridad te entregue la información pública que solicites.”
Así que como ignora lo anterior, o como le gusta tergiversar la información, embistió este viernes:
“Yo le diría a los legisladores que no están de acuerdo con ese instituto, les diría que coincidimos con esa postura y que no titubeen. Que reformen esa institución. Mejor dicho, que la desaparezcan y que esa función se le encarguen a la Auditoría Superior de la Federación y que se ahorren mil millones de pesos”.
El Presidente ordenando desaparecer una institución vital para la democracia que cualquier demócrata de la república más modesta no solo protegería sino que fortalecería. Y ahí van sus senadores y diputados a obedecer ciegamente a un hombre que cada vez se parece más al oscuro y opaco PRI de antaño. Ahí van sus tribunos sin vergüenza alguna a usar los mismos métodos arbitrarios que tanto criticaron en el priismo y panismo.
Quien quiere opacidad no es un demócrata, es un priista renegado, un autoritario pleno.
Y de nuevo, o el Presidente no sabe cuáles son las funciones de la Auditoria, o dice una estulticia imposible de realizar.
Engolosinado con su mitomanía política, sentenció: “Sabemos perfectamente de que durante todo el periodo neoliberal, mientras existió ese organismo, se cometieron grandes atracos, saquearon al país impunemente”.
Así es, y ni las procuradurías ni las dependencias encargadas de sancionar tales conductas lo hicieron. En cambio, gracias en gran medida al INAI (antes IFAI) nos enteramos de esas barbaridades. De no haber existido este organismo, seguramente no hubiéramos sabido nada. Y los reportajes que surgieron de esas informaciones (abusos presupuestales de Genaro García Luna, la casa blanca de Enrique Peña Nieto, la estafa maestra, entre otros) provocaron tal indignación en la sociedad… que gracias a eso y en buena medida él ganó la Presidencia.
Lo que pasa es que ahora le molesta que los periodistas indaguemos su gobierno como indagamos a los de Fox, Calderón y Peña Nieto y se enfurecían. Es decir, sí son iguales.
El caso es que él y los aludidos aquí son unos falsarios.
Perdón pero, políticamente, y para usar el léxico presidencial, guácala todos.
TRASFONDO
“La palabra está bastardeada. Han devastado el sentido de las palabras”, le escuché decir hace unos días a la escritora argentina Claudia Piñeiro, en referencia a los políticos.
Pues eso.