Para aquellos que no revisaban periódicos en tiempos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, o para aquellas personas que ya se les olvidaron las durísimas imputaciones que algunos periodistas publicábamos en tiempo del PRI-PAN contra quienes detentaban el poder, déjeme, lectora-lector, que rememore una historia que quizá le parezca conocida, pero le suplico que antes de sacar conclusiones precipitadas lea esta columna hasta el final: entre 2005 y 2011, cuando el priista Miguel Ángel Osorio Chong era gobernador de Hidalgo, nombró Secretario de Seguridad a un tal Bernal Hernández Requesón. Para no hacerle el cuento largo, el HR, como era conocido, encabezaba en la zona una especie de pax narca que permitía la operación de una vasta red de huachicol y narcomenudeo a la vista de quien deseara observar y ante el silencio de todos, porque en ese tiempo también brotó de forma expansiva el delito de extorsión y había mucho miedo en la sociedad.
Es decir, se trataba de un criminal con placa policial, con charola, como se decía antes, que simulaba combatir la delincuencia siendo que en realidad la regenteaba. En el momento en que Osorio Chong fue nombrado Secretario de Gobernación con Peña Nieto, en 2012, Hernández Requesón (a quien también le decían, El Tío y Comandante X), siguió operando desde el mismo puesto, hasta que en tiempos de AMLO se dio a conocer su pantanal.
En radio, televisión y prensa los cuestionamientos fueron durísimos contra Osorio Chong. ¿Cómo era posible que hubiera gobernado Hidalgo sin darse cuenta de lo que hacía su brazo derecho? Era inverosímil que no supiera nada. ¿Nadie le había hecho llegar los informes militares donde ya se advertía de las actividades ilícitas de ese sujeto? Y luego, como Secretario de Gobernación, con acceso a absolutamente toda la inteligencia del Estado mexicano, ¿tampoco se enteró?
Increíble. Y justamente por eso, nadie le creyó. Los medios, salvo los priistas, lo apalearon. El sistema tricolor lo encubrió y no ocurrió nada: Osorio Chong se refugió en el Senado, donde no le importaba la escandalera: él, muy quitado de la pena, se ponía a ver la Champions, decía que no era una carga para el PRI, repetía su mantra de que “el que nada debe nada teme”, espetaba con cinismo que él era “un viejo político acostumbrado a esto”, que se trataba de fuego amigo, que sabía “de parte de quién” venían sus expedientes, pero que no importaba, que el seguiría en su curul y con fuero. Impertérrito, reconocía además que había hecho negocios pudrimillonarios mientras era funcionario público y detallaba sin rubor las cantidades que había obtenido como ganadero y por brindar “servicios profesionales” al amparo del poder: 80 millones de pesos, y eso era nomás en dos años. ¿Algún remordimiento? No. ¿Algo de ética, como alejarse de los negocios mientras era servidor público, o ceder los bisnes a sus parientes para que no hubiera conflicto de interés alguno? Nop, al contrario, intentó ser candidato presidencial y en su precampaña derrochó lana de lo lindo.
Ya derrotado en esa lid, ¿tuvo decoro y dejó el Senado, renunció a su partido para no enfangarlo cuando se dio a conocer el escándalo del super cop corrupto y el suyo propio?
Tampoco. A estas alturas del texto, lectora-lector, ya se habrá dado cuenta de que en realidad esta no es una historia de Osorio Chong, que lo narrado jamás le ocurrió a él, pero si todo eso hubiera sucedido en su tiempo, ya imaginará usted el escándalo mediático que hubiéramos armado los periodistas, algo equivalente a la casa blanca de Peña Nieto, o a los casos de corrupción de los Duarte en Veracruz y Chihuahua, o la llamada estafa maestra de triangulación de recursos públicos para desfalcar al erario: el priista, defenestrado, hubiera tenido que abandonar su escaño mientras se desarrollaban las investigaciones de su policía malo y en tanto se aclaraba su bárbaro enriquecimiento.
Luego, quizá se hubiera retirado, aunque en política nadie está muerto hasta que se muere porque dejó de respirar.
Hoy, no sé qué hace Adán Augusto López Hernández, inmutable en su lugar, edificándose un sitio en el cabús más oscuro de la corta historia del obradorismo.
Tampoco sé cómo es posible que la propia 4T lo sostenga más tiempo (con el descrédito que eso les acarrea), porque lo que aquí narré no es otra cosa más que el resumen verídico de su bochornoso caso y el de su dirty cop que hemos conocido en las últimas semanas.
Aunque, bueno, pensándolo bien, no sé qué me sorprende, si la filosofía política del caballero parece estar inspirada en aquella parábola tan chula: “Se está mucho mejor llorando en la parte de atrás de un Rolls Royce que sonriendo en una bicicleta”, dijo alguna vez Patrizia Reggiani, la mujer de barrio bravo que se casó con un miembro de la familia Gucci, se codeó con la alta sociedad de italiana, y cuando su marido le pidió el divorcio, “buscó un sicario que arreglase el asunto”, recordó hace unos días en su columna de El País la colega Raquel Peláez.
En buen mexicano, vertiente política del priismo más chulo, se dice “ese bato no suelta el hueso (ni el fuero) aunque lo aporreen”.
BAJO FONDO
¿Y la moral? Ah, sí, es un árbol que no se cultiva en el Tabasco de Adán Augusto.
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