Recolecto cifras dadas a conocer en horas recientes, números que son testimonios desoladores de la tragedia que asuela a los acapulqueños.
1.- Coparmex calcula que se requerirán 300 mil millones de pesos para poner de pie a Acapulco.
2.- El gobierno federal anunció 61 mil millones de pesos de ayuda mediante un plan de 20 puntos que incluye ampliar sus programas sociales y que los damnificados no paguen la luz hasta enero, como si de aquí a enero la gente de Acapulco se fuera a reponer. Por lo pronto, el fin de año los acapulqueños no tendrán los copiosos ingresos de una de sus dos mejores épocas del año (la otra es Semana Santa).
3.- Habrá un paquete de 3 mil 250 millones de pesos para repartir durante tres meses entre 250 mil familias afectadas, a fin de que tengan una canasta básica semanal. Eso implica $13 mil pesos por hogar, $4,333.33 pesos por mes hasta enero, $1,031.74 pesos por semana, $147.39 pesos diarios por casa. Usted dirá.
4.- Ayuda para comercios con prórrogas para pagar IMSS e Infonavit. Auxilio a hoteleros para pagar créditos. En Acapulco hay 36 mil empresas establecidas y ocho de cada diez están dañadas, así que el presidente de Concanaco-Servytur estimó que los apoyos son buenos, “pero necesitaremos más”. Pues sí, mucho más.
5.- Ayuda para 34 mil 609 pescadores y productores del campo por un total de 259 millones de pesos a repartir entre todos, lo que implica $7,483 pesos y 60 centavos por cabeza. A ver si con eso arreglan sus embarcaciones y adquieren redes y demás utensilios que requieren en el mar, o atienden sus tierras y compran fertilizantes.
6.- Habrá 12 mil millones de pesos en efectivo y tarjetas para limpieza, recuperación, y reconstrucción de casas y locales. Si ese monto se divide entre 270 mil casas dañadas, tocaría a $44 mil 444.44 pesos para cada una. Haga números. Adicionalmente, se calcula que en Acapulco hay 200 mil micro y pequeños emprendedores que no saben quién los ayudará.
7.- El PIB de Guerrero podría caer 16% al cierre del año, un efecto peor que pandémico. Y cómo no: la oferta de 376 hoteles con 21 mil 868 cuartos y 12 mil unidades de Airbnb han quedado fuera del mercado, según el Consejo Nacional Empresarial Turístico. Nada más la reedificación de hoteles requiere 40 mil millones de pesos, de acuerdo a la Asociación de Hoteles y Moteles de Acapulco. La devastación afectó a 87% de la población del puerto. La mayoría se empleaba en el comercio y los servicios, según la alcaldesa local, Abelina López. Figúrese usted la terrible Navidad que les espera a los habitantes de la hermosísima Bahía de Santa Lucía y sus alrededores.
Cuánta destrucción en forma de números y cifras monstruosas. ¿Qué provocó tanta devastación? Este viernes hablé con Octavio Gómez Ramos, jefe del Servicio Mareográfico Nacional (SMN) de la UNAM, para tratar de entender la insólita fuerza de los vientos que desató Otis, y lo hice porque esa institución científica tiene dos estaciones de monitoreo justamente en la Bahía de Santa Lucía, en la zona del Club de Yates y en las instalaciones de la Administración del Sistema Portuario Nacional. ¿Qué encontraron en los datos registrados? Que a las 00:40 horas se produjo una ráfaga de 329 kilómetros por hora. Para que queden asentadas en los aparatos de medición como tales, como ráfagas, los vientos tienen que tener una duración de al menos tres segundos y de máximo 59 segundos.
Imagine usted medio minuto de esos latigazos de viento a 329 kilómetros por hora. Por eso los vidrios de tantos departamentos y hoteles se hicieron pedazos, por eso las fachadas, techos y acabados de varios inmuebles se desprendieron. ¿Qué más hallaron? Vientos sostenidos de 182.28 kilómetros por hora. Para que sean vientos sostenidos tienen que tener una duración de al menos un minuto. ¿Para qué alcanza ese poder?, le pregunto. “Para empujar coches y voltear embarcaciones”. Qué miedo. Tal como vimos que ocurrió en la bahía, en playas y en calles del puerto: lanchas, barcazas y yates hundidos, volteados, encallados, y coches unos encima de otros, aplastados en las colonias populares.
No dejemos de ayudar a los acapulqueños con todo lo que podamos. Por lo pronto, con agua, comida y medicinas.
Bajo Fondo
Qué tal los miserables que trafican productos para aprovecharse de la desgracia: $50 pesos un jabón, $200 pesos papel de baño, dos botellas de agua por $100 pesos, mientras las familias afectadas racionan los pocos víveres que consiguen en poblaciones cercanas, porque los establecimientos acapulqueños fueron saqueados. Perdón, pero no tienen madre, hijos del sicariato, porque saben que, por un tiempo, se les acabó su negocito de las extorsiones, ése del cual vivían impunemente. Adiós a su salvaje capitalismo de hamaca. Ojalá las autoridades federales, estatales y municipales aprovechen esta tragedia para implementar mecanismos que impidan que vuelva el cobro de piso a Acapulco, ese cáncer que tanto ha devastado al puerto en los últimos diez años.
Trasfondo
Como ya he narrado en este espacio, viví cinco años en Acapulco. No hay una sola de mis amistades acapulqueñas que no esté profundamente triste, deprimida por lo que ve a su alrededor. Claudia Ysunza:
“No hay realmente una imagen que realmente ilustre el daño. No hay color, no hay verde. Todo todo todo se fue. No queda un árbol verde. Lo que antes tenía Acapulco por todos lados (el color verde de sus palmeras, por ejemplo), ya no existe. No hay nada, no hay nada. Tengo el estómago apachurrado”.
Marcela Bodenstedt, que era mi vecina, su casa estaba a unos metros del edificio donde yo vivía en el Acapulco viejo, en el Fraccionamiento Las Playas:
“Tu edificio, donde vivías, parece la espina de un pescado. No hay una ventana viva. Parece que todo salió volando”.
Las espinas de un pescado, las raspas, su esqueleto, la esquena, luego de que el huracán lo devoró.
Vaya imagen desoladora…
Twitter: @jpbecerraacosta