La Ciudad de México, el núcleo político, económico y social del país, con más de 40 millones de personas, enfrenta un desafío significativo: la gestión del agua. A pesar de su ubicación en una zona lacustre, el manejo del agua en la Ciudad de México ha sido un problema persistente.
Hasta finales del siglo XVI, el abastecimiento de agua se realizaba a través de ríos, canales y manantiales. Sin embargo, con el crecimiento de la ciudad, se ha tenido que recurrir a la explotación de pozos cada vez más profundos, algunos ya superan los 500 metros bajo el suelo, lo que ha provocado hundimientos significativos que han afectado obras de infraestructura. La situación actual es crítica y requiere soluciones urgentes.
La precipitación media anual en la capital del país es de 800 milímetros, cantidad de lluvia comparable con la que reciben ciudades como Dublín, Bruselas o Hamburgo, pero con una población muy superior que exige un abastecimiento enorme para satisfacer las necesidades de servicios enlazados con el desarrollo económico de la urbe y la subsistencia humana, lo que ha generado una escasez importante de agua.
Para abastecer al valle, se han construido diferentes tipos de infraestructura, como el sistema Cutzamala, las baterías de pozos del sur y del norte, y varios sistemas de potabilización. Sin embargo, la infraestructura actual es insuficiente, lo que ha llevado a un punto crítico en la búsqueda de nuevas fuentes de abastecimiento.
El actual sistema de drenaje ha generado problemas económicos, sociales y de salud. Se han invertido miles de millones de pesos en la construcción de infraestructura como colectores pluviales, drenajes profundos, vasos reguladores y plantas de bombeo para extraer el agua de la Ciudad de México. Sin embargo, esta agua se canaliza a diferentes obras y plantas de tratamiento que contribuyen muy poco al reúso de la misma. Existe un gran número de plantas de tratamiento que comercializan el agua para diferentes sectores, como autolavados, algunas industrias y el riego de parques. Sin embargo, los desechos generados por estas plantas se vierten al mismo drenaje, contaminando el agua que se podría conducir por estos sistemas.
Una posible solución sería el uso de la planta de tratamiento de Atotonilco, que tiene una capacidad de 40 m³ por segundo, el doble que el Sistema Cutzamala. La planta de Atotonilco actualmente sólo opera al 50% de su capacidad y únicamente enfocada en el tratamiento de agua para riego. Si se le invirtiera recursos, por ejemplo, en un tratamiento terciario enfocado en la potabilización, podríamos dejar de depender tanto del Cutzamala y de la sobreexplotación de los pozos del Valle de México y tendríamos una fuente viable de abastecimiento de agua potable.
Además, todas las plantas de tratamiento en el Valle de México podrían usarse para abastecer las zonas donde hay más escasez, así como para destinar el agua a diversos reservorios para su potabilización. Incluso alcanzaría el agua para hidratar de mejor forma los árboles y vegetación de camellones, calles y parques, lo que ayudaría a embellecer el ambiente público.
Es necesario cambiar nuestra forma de gestionar el agua en el Valle de México. Mientras no pensemos que el agua que estamos tirando en el drenaje puede ser la nueva fuente de abastecimiento de agua potable, no podremos cambiar nuestro rumbo y mejorar nuestra calidad de vida en el futuro.
Presidente de Agua en México