Seguramente la gran mayoría de los mexicanos hemos escuchado acerca de la baja calidad del agua que hay en el país y de la irregularidad de los servicios de agua potable y saneamiento a nivel nacional.

De acuerdo con la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) más del 60% del agua potable en México tiene algún tipo de contaminación, principalmente por coliformes fecales. Se han documentado muchísimos casos de contaminación del agua que han tenido impactos significativos en el medio ambiente, la salud pública y la economía. Estos casos demuestran la necesidad urgente de abordar la gestión del agua de manera integral y sostenible para garantizar su disponibilidad y la salud de todos los mexicanos.

Entre los casos más preocupantes de cuerpos de agua contaminados se encuentran: Río Santiago en Jalisco (el río más contaminado de México); Río Sonora y Río Bacanuchi en Sonora; Lago de Chapala en Jalisco; Río Atoyac en el estado de Puebla; Laguna de Tamiahua y Río Coatzacoalcos en Veracruz; Presa de Zumpango, en el Estado de México; Río Lerma que corre por varios estados del centro y occidente del país; Río Balsas en Guerrero y Michoacán, y Río San Juan en Nuevo León, por mencionar algunos.

Las fuentes de contaminación son muchas: descargas industriales y domésticas no tratadas; descarga de aguas residuales y productos químicos agrícolas; derrames de metales y agricultura intensiva sin regulación, entre otras.

Todos los estados de la República, en diferente medida, presentan este tipo de agravios en sus cuerpos de agua naturales o artificiales, por lo tanto, podríamos afirmar que el 100% de los ríos, lagos y lagunas que tiene el país presenta algún nivel de contaminación que ya está afectando la salud de todos los mexicanos.

El agua contaminada puede contener una amplia variedad de microorganismos, químicos y partículas que representan un riesgo para la salud humana. Entre las enfermedades que se pueden contraer por la ingesta o contacto con el agua contaminada están: enfermedades gastrointestinales como diarrea, cólera, giardiasis y amebiasis; enfermedades respiratorias por la constante inhalación de vapores de agua contaminada durante la ducha o el baño; enfermedades de la piel causadas por la exposición a productos químicos en el agua y, finalmente, enfermedades renales y hepáticas, entre otras.

Lo anterior ha provocado que, en México, al año mueran al rededor 2.6 millones de personas por enfermedades gastrointestinales, de las cuales, de acuerdo con una investigación publicada por la UNAM, 95 mil son niños que enfermaron por beber agua contaminada.

Además de los problemas de salud directos, el consumo de agua contaminada también tiene desafíos sociales y económicos. Los esfuerzos de la población por beber agua de calidad se han reflejado en el crecimiento de las llamadas “rellenadoras”, que suelen carecer de buenas prácticas, por lo que es muy común que vendan agua contaminada en detrimento del consumidor final. Dichos negocios no sólo se abastecen del agua entregada en sus localidades, lo que incrementa el estrés hídrico, sino que no pagan impuestos, no contribuyen en una mejor cultura del agua, ni mejoran la infraestructura, por lo que se han vuelto parásitos de nuestra necesidad.

Requerimos ser conscientes que, mientras no haya una regulación y control más estricto en las descargas en la gestión del agua, todos somos responsables de la contaminación de nuestros recursos hídricos, así como de procurar la salud de nuestra familia.

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