El debate sobre si el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) significa algo positivo o negativo para las estructuras sociales actuales y el porvenir de la humanidad sigue siendo una cuestión muy polémica.

¿Se convertirá en la lámpara de Aladino o la Caja de Pandora?

Por un lado, directivos de importantes empresas de tecnología, como Sam Altman, Elon Musk y Mark Zuckerberg, y famosos divulgadores científicos, como Michio Kaku, auguran que la IA multiplicará la productividad, generará abundancia, fomentará la democratización e incluso apoyará en resolver los problemas más complejos del Mundo, como erradicar las enfermedades más letales y diseñar fuentes de energía casi infinitas.

Por otro lado, existen muchos individuos y expertos, como Yuval Noah Harari, preocupados por la pérdida de empleos y pensamiento crítico, desaparición de la conexión y cooperación humana y hasta escenarios apocalípticos como agentes rebeldes de IA fuera de control que se apoderarán del Planeta.

Aunque el futuro sobre los peligros y oportunidades más profundos aún es incierto, hoy ya tenemos datos duros que podemos evaluar desde una perspectiva amplia.

Primero, sobre el empleo. El Foro Económico Mundial calcula que, hasta 2024, la automatización desplazó 85 millones de puestos, pero creó 97 millones vinculados a datos, robótica y energía limpia; saldo neto: +12 millones. Aunque, advierte que el 23% de todos los puestos cambiará de aquí a 2027 (69 millones creados y 83 millones eliminados).

Segundo, productividad y mercados. El McKinsey Global Institute estima que la IA generativa añadirá entre 2.6 y 4.4 billones de dólares al PIB mundial cada año, casi otra economía del Reino Unido. El magnetismo inversor lo confirma: PitchBook reporta que un tercio de todo el capital de riesgo global de 2024 fue a startups de IA, con 52% de crecimiento interanual, mientras Nvidia por sí sola aportó 22% del retorno total del S&P 500 en 2024.

Tercero, la velocidad de los avances científicos y tecnológicos. El laboratorio independiente Epoch AI muestra que la capacidad de cómputo empleada para entrenar modelos de IA se duplica, en promedio, cada seis meses—cuatro veces más rápido que la antigua ley de Moore—. A ese ritmo, avances antes impensables se están materializando en cuestión de meses.

Cuarto, creatividad y democratización. Una encuesta global de Adobe a 2,541 profesionales revela que 83% ya usa IA; 66% dice que la calidad de su trabajo mejoró, 58% produce más piezas y 69% siente mayor libertad expresiva. No obstante, la brecha digital persiste: el acceso desigual puede amplificar diferencias entre quienes pueden pagar GPUs y quienes solo consumen resultados.

Quinto, pensamiento crítico, socialización y confianza. El Pew Research Center muestra que 52% de los estadounidenses se siente más preocupado que entusiasmado con la IA. La confianza varía por cultura: el Edelman Trust Barometer 2025 reporta que 72% de los chinos confía en la IA, frente a 32% de los estadounidenses, dibujando una fractura que puede frenar la cooperación global.

El balance provisional es que la IA ya redistribuye —no aniquila— el empleo; impulsa la productividad y el valor bursátil; acelera la ciencia y expande la paleta creativa de quienes la usan. Al mismo tiempo, profundiza brechas de habilidades, pone a prueba el pensamiento crítico y tensiona la confianza social.

Consecuentemente, el reto no es frenar la tecnología, sino encauzarla: educación continua, infraestructura digital inclusiva y marcos éticos claros que garanticen que el salto algorítmico se traduzca en bienestar colectivo.

Cuando la historia juzgue este momento, importará menos cuántos modelos entrenamos y más cuánta humanidad logramos preservar en el proceso.

Profesor de Creatividad y Etología Económica en el sistema UP/IPADE

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