Neige Sinno ha construido en Triste tigre (Anagrama, 2024) un texto autobiográfico que irrumpe de manera sonora en el ser del lector. La fuerza de los hechos que retrata hace dudar qué tanta crueldad pueda existir en el ser humano, se puede pensar, entonces, en un primer momento que se está ante una novela de ficción, pero el libro es un ensayo autobiográfico profundo y doloroso. Un ensayo que exige al lector de manera constante dudar de la narración, le pide cuestionar todo lo que la autora va describiendo. Ella entrega su piel para que el otro se la ponga y sienta el dolor que infringe un hombre, el padrastro, al abusar de una menor que se queda encerrada en su dolor. Mira pasar al mundo en silencio, carga las cicatrices, nunca borradas, de las garras de aquel tigre que puede parecer un animal inofensivo y por momentos bondadoso, pero es un monstruo que se revela ante la niña, la destroza y descuartiza su vida: “Algunas horas después de las fotos, o antes, me llevó a un cuarto apartado y le hice una felación. No tuve que agacharme, solo estábamos él de pie y yo enfrente, ya que entonces apenas le llegaba a la cintura.”
Triste tigre es un texto poderoso que denuncia la violencia que existe en el hogar. El espacio más íntimo de los individuos que tiende a ser el más impune, donde se presenta la crueldad humana amparada del silencio que se guarda en las familias por temor al otro, al que dirán, al cuestionamiento que tendrá el relato de la denunciante.
El silencio ahoga a nuestras sociedades: fomenta la injusticia y perpetua actos criminales y bestiales como la violación de una menor, destruir su vida y decidir, a cambio de su placer enfermizo, que aquel cuerpo es de su propiedad. El cuerpo es violentado y lastimado, es marcado para siempre. Eso es el libro: un retrato doloroso del daño que le han causado a la menor, que es mamá y sufre el temor que su hija tenga que padecer la misma pesadilla: “Aproveché para preguntarle si alguien había intentado alguna vez hacerle algo así a ella o alguna de sus amigas. Le dije que siempre estaría a su lado en caso de que ocurriera, y que, si era víctima o testigo de algo así, no podría defenderse sola, que tendría que llamar a un adulto de confianza, que podría ser yo u otra persona.”
El libro es el recuerdo de la violación. Es demostrar que la denuncia es la posibilidad más fructífera de romper el ciclo lastimoso de la impunidad. Es quebrar el qué dirán de una
sociedad que normaliza y, en ocasiones, fomenta la violencia al proteger a los violadores e intentar justificar sus acciones: revictimizando, así, a la víctima.
La autora ha entregado una pieza dolorosa, por momentos su lectura lastima por la crueldad de los hechos. Te pide como lector tomar un respiro, dejar que la mente digiera las palabras y las imágenes formadas. Un respiro que te hace pensar en el dolor por el que pasan cientos de menores, todos los días, en sus hogares. Un respiro que nos recuerda que la violencia hacia la mujer, en nuestra sociedad, parece imparable. Que el cuerpo sigue siendo el espacio de violación y violencia, de destrucción y de control con el que, lamentablemente, se sigue agrediendo a las mujeres. Pero, Triste tigre es la posibilidad de recordar que es factible modificar la realidad y que la denuncia es la mejor manera de exclamar justicia. De hacer entender al otro que la solución es conjunta y que nadie es ajeno, porque todos tenemos y conocemos a mujeres que amamos.
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…