La memoria no siempre es suficiente para recordar el pasado. Necesitamos de elementos que hagan perdurar lo que no conocimos. El pasado es materia viva, no está inerte. Llega a nuestro presente modificándonos. Creer que se borra el pasado es una falacia, quizá se puede de forma pasajera, ocultar, pero irremediablemente regresará para ocupar su lugar.

Cuando no existía la fotografía o el video, los cuadros y las estatuas servían para que una clase, la gobernante, hiciera perdurar su imagen, así conocemos a los emperadores romanos, reyes, personajes históricos y a quienes tenían la posibilidad de pagar.

En nuestro tiempo el espacio público es un lugar simbólico donde, en la gran mayoría de las ocasiones, se impone el discurso ideológico triunfante. Borrando aquello que se opone a su pensamiento. Se quita porque incomoda, pero no se borra porque sigue presente en la historia, nunca acabamos de conocerla por completo siempre tiene algo nuevo que decirnos, y al hacerlo nos confronta con lo que creíamos saber.

Vivir en la ciudad de México es coexistir con la historia de nuestra gran nación, aquí se encuentra retratado nuestro pasado y la pugna política del presente. El discurso político se acompaña de la acción para ganar el debate político: el simbolismo es, entonces, el lugar donde la pugna termina con un momentáneo vencedor.

¿Qué hacemos con las estatuas? Parece ser el gran debate de nuestros días. Se puso de moda hace unos años quitar las estatuas de los conquistadores: Cortés, Pizarro. Lo mismo la de Cristóbal Colón, que en Reforma fue retirada, no evitando así que la gente la siga nombrando como la Glorieta de Colón, las próximas generaciones preguntarán porque se le llama de esa forma y habrá que decirles quien fue el personaje; lo mismo sucede con los Indios Verdes, así se sigue llamando la salida al norte de la ciudad aunque las míticas estatuas se encuentren, ahora, en el Parque del Mestizaje. El pasado no se borra quitando estatuas, nos pertenece y nos exige discutirlo en presente, desde la ciencia de la historia no desde la ceguera política.

El debate reciente respecto al retiro de las estatuas de Fidel Castro y el Che Guevara que se encontraban sentados en una banca de la colonia Tabacalera, lugar histórico donde ambos personajes se encontraron antes de partir a Cuba para encabezar la Revolución contra la Dictadura de Batista. Lo que sucedió después todos los sabemos un régimen cerrado y dictatorial. Por todo esto, lo positivo y negativo de la historia, es irracional el acto de politiquería de la alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega, quien con poco criterio retiró ambas estatuas y dice quererlas rifar. No solo viola los procesos administrativos sino que evidencia la necesidad de reflectores que muchos de los gobernantes requieren, hacen ruido sin conocer los hilos que rompen, sin preocuparse por resolver los problemas reales de sus gobiernos: inseguridad, ambulantaje, extorsión.

Algo malo sucede en la alcaldía Cuauhtémoc que sus gobernantes han optado por el video polémico en redes que por gobernar. Algo mal sucede que quienes gobiernan, poco saben de procesos administrativos, mucho desconocen de historia y gran daño le hacen al país. La inexistencia de la oposición se entiende por actos patéticos como este u otros como el del alcalde de Cuajimalpa quien violando el Estado laico usa el dinero público para llamar a una peregrinación a la Basílica usando comercios y las bases de taxis piratas para promover su clerical idea, así de mal la oposición en la ciudad.

Que se dejen las estatuas: nos sirven para recordar los claroscuros de la historia.

Hasta aquí Monstruos y Máscaras…

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