Gente enfurecida, en el Palenque de Texcoco, bajó al escenario a destrozar los instrumentos musicales del cantante Luis R. Corinquez quien decidió eliminar, de su repertorio musical, las canciones que mencionan acciones delictivas y de violencia. No es de sorprender la reacción, tiene años que vivimos en un estado de violencia permanente. Hemos normalizado los hechos. Las personas asesinadas o desaparecidas perdieron su nombre y se han convertido en un número. La violencia borro, entonces, la identidad del sujeto y nos llevó a un territorio de miedo donde el lenguaje se utiliza para construir palabras y diálogos cargados de espinas que erosionan los valores, la ética y la moral de nuestra sociedad.
Prohibir nunca ha sido la medida más certera para erradicar el problema, al contrario: lo ahonda y genera tensión entre la sociedad. Se comete un error al prohibir que se sigan tocando los narcocorridos, ese hecho fomenta que se sigan escuchando. Como sociedad amamos consumir lo prohibido. El que no se reproduzcan las canciones en conciertos no evita que se sigan escuchando en plataformas digitales, en las fiestas o en los hogares de México. Si prohibimos todo lo que nos daña como sociedad terminaremos entrando en un severo problema: un Estado censor.
Entonces: ¿cómo erradicamos estas formas en las que se replica la violencia, la misoginia y se fomenta el consumo de las drogas? Con el rescate de nuestra la cultura y la difusión de la misma.
Hace años que se ha permitido que el narcotráfico y sus capos tengan un papel central en la narración de nuestro acontecer diario. Ocupan un espacio en el imaginario colectivo. Alguien ha leído un libro, visto una serie, escuchado un corrido que muestra lo que es el narco y le da un lugar protagónico a los líderes de estas agrupaciones criminales, como si fuera poco para muchos se ha convertido en una forma de vida, de ingreso económico; y para otros, es una tentación que les puede permitir acceder a un empleo con mejores expectativas.
La complejidad es demasiada, por ello prohibir es un tema discursivo que no funciona sino que fomenta el consumo y la propagación de este tipo de material. La solución real es fomentar en la sociedad la creación de otro tipo de materiales, es el rescate de nuestro pasado cultural e histórico. Es la difusión de nuestros valores y principios. El contrapeso nace única y exclusivamente de nuestra tradición y de la difusión que se le dé.
Se debe de impulsar una iniciativa cultural, de gran calado donde se incorpore y se fomente nuestra cultura. Para ello se tiene que dar un tinte más cultural a los medios de comunicación del Estado mexicano (Radio Educación, Canal 22, Canal 11, y otros más) así como al Fondo de Cultura Económica, a partir de los cuales se tiene que impulsar un programa cultural y no ideológica que fomente y difunda otro tipo de información, que permita crear en la población la idea del daño que genera el propagar y consumir productos con contenido violento.
Es más fácil prohibir, pero eso no erradica la violencia. La solución, aunque más tardada, es recuperar nuestra tradición cultural y difundirla. Es construir una sociedad lectora, por eso se debe de cambiar la estrategia de lectura que se tiene, de nuestros clásicos. El humanismo que se necesita en México debe de estar sustentado en lo mejor de nuestra cultura. En México no queremos más violencia ni ninguna apología y por eso necesitamos un cambio de fondo, ¿seremos capaces?
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…