El arte es una materia disruptiva que irrumpe en la realidad y tiene dentro de sus finalidades cuestionar, denunciar y proponer nuevas realidades para entender las problemáticas de nuestras sociedades.
La creación artística es producto, principalmente, de la libertad con la que surge la necesidad de expresar; en el momento creador la imaginación, los sentidos, la memoria y las imágenes movilizan el pincel, la pluma para transformar el objeto en obra de arte. La intimidad del pensamiento y las sensaciones se entregan a la colectividad. Desaparece, entonces, el sujeto y la obra artística recobra vida, ejerce presión y cambio sobre la realidad disociada, en muchas de las ocasiones, de la propia realidad. La obra de arte, entonces, se convierte en un objeto-proyectil que detona el status quo de la sociedad.
Esta disrupción es el componente que trastoca las diversas capas del pensamiento de la sociedad. Remueve el anquilosamiento histórico, crea un nuevo tiempo-espacio que discute con lo existente y que irremediablemente tenderá a desvanecerse y modificarse: la obra artística por su misma génesis plural es generadora de debate, crítica y transformación.
Una obra que ha logrado corroer muchas capas del pensamiento conservador en nuestro país es la que está creando Fabián Cháirez quien con originalidad y conocimiento profundo de nuestra historia nos dado a conocer que el pasado es un tiempo vivo que afecta y cuestiona nuestra interpretación de la realidad, generando una incomodidad, que surge de la deformación de la realidad de bronce: se destruye el símbolo y se da entrada a nuevas interpretaciones.
Cháirez nos había sorprendido con la deconstrucción de la figura de Emiliano Zapata, lo pintó desnudo, montado a caballo con un sobrero de charro color rosa y tacones, sus facciones eran contrarias a las del prototipo del macho mexicano que se encarnó en los héroes de la Revolución. Reescribir la historia ha sido, para el pintor chiapaneco, retomar los mitos ocultos que han pasado de voz en voz a través del tiempo y, también, la oportunidad de darle un lugar a los grupos, erróneamente nombrados minorías, que han sido excluidos de la historia de nuestro país.
La originalidad de Fabián Cháirez se encuentra en la renovación permanente de su obra. En la manera como utiliza su pincel para re-escribir, a través de los colores de la pintura de óleo, la realidad. Su exposición “La venida del señor” es la protesta más inteligente que se ha hecho
al oscurantismo en el que vive la iglesia católica que lucra con la fe para ocultar aberraciones tales como la violación de los niños, muchos de ellos monaguillos.
Los diez cuadros denuncian la riqueza y la opulencia a través de la presencia constante y dominante del color dorado que contrasta con los fondos rojos y negros: grandes telones que sirven como espacios para las escenas donde los miembros de la Iglesia escondidos detrás de la fe dejan al descubierto sus pasiones, deseos y orientación sexual. La fe es, entonces, el hábito con la que se cubren las atrocidades que suceden en la iglesia.
Los que han protestado lo hacen en defensa de quienes no creen en la fe que ellos dicen defender. Si algo hace Cháirez, con su obra, es desvanecer la máscara del descaro y la hipocresía de los que usan “la falsa fe” para engañar a los creyentes.
Fabián Cháirez está pintando, para bien de nuestra tradición artística, una obra que perdurará en el tiempo por la crítica que hace de la historia y la religión; y porque ha logrado trasladar el debate de una sala de la Academia de San Carlos a la plaza pública demostrando el peso que tiene el arte en nuestras sociedades.
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…