Demos un respiro a nuestras vidas, olvidémonos un por unos instantes de la política y sumerjámonos en el mundo que Gabriel García Márquez nos ha regalado con su novela póstuma En agosto nos vemos (Diana). Un torrente de palabras llegan a nuestra mente y nos presentan ese mundo que él construyo a lo largo de su literatura: “Tuvo que hacer cabriolas para sortear los cerdos impávidos y a los niños desnudos que lo burlaban con pases de torero. Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules. Por fin se detuvo en el hotel más viejo y desmerecido.”
Volver a leerlo es encontrarse en Macondo, espacio geográfico que comparte territorio con aquel lugar de La Mancha. Se unifican porque son la continuidad de la tradición, del lenguaje y la imaginación donde todo sucede para ser contado por el mago de las palabras: Gabriel García Márquez.
La novela le otorga la voz y la acción a la mujer, Ana Magdalena Bach, que da un giro inesperado en su vida, ¿quién es ella? ¿Conoce el amor y la pasión? ¿Entiende las sensaciones que logra generar en hombres que no son su marido? ¿Qué comparte en común con su madre que se encuentra sepultada en la isla?
La vida y la muerte se conectan en el deseo de sentir y lograr la felicidad. La protagonista entiende que la felicidad es individual y se alcanza cuando se hace lo que se desea. Magdalena desafía a su sociedad y asume su libertad dejando a un lado los prejuicios y los estigmas. Estamos frente a una novela feminista y la confirmación de que los personajes femeninos, en la obra de Gabo, son centrales ya que su destino es el que configura el desenlace de las historias.
Ana Magdalena lee Drácula de Bram Stoker, y nos anuncia que ella también tendrá dos vidas y necesitará de la pasión y el deseo para sentirse viva. Que las noches serán el momento en que su cuerpo tomará conciencia de la realidad que quiere vivir y donde desea encontrar al hombre que le dé la sangre-pasión para ser la mujer libre en una isla que la transformó. Aquel rito de ir a dejar gladiolos a la tumba de su mamá, fue su propio ritual para encontrarse con lo que quería ser, para confrontarse con la necesidad de asumir su libertad y saber lo complejo
de las relaciones humanas. Ha sido infiel y ello le causa inquietud: “No sólo se levantaba a fumar, sino al contrario: fumaba porque no tenía paz para dormir”.
Aquella mujer se encontrará con una de las dudas que más aquejan a las relaciones: la infidelidad. Ella lo ha sido, y, ¿Doménico también lo fue en alguna ocasión? ¿Si la respuesta es afirmativa que pasiones se desencadenarán en la protagonista? ¿Será el fin de una relación que parecía estable? Y también hay cuestionarse: ¿Por qué la madre decidió ser enterrada en la isla? ¿La madre y la hija son un mismo personaje que aparece en dos tiempos diferentes? Las preguntas las tiene que encontrar el lector al entrar al mundo de Gabo, un mundo que es una isla de remanso en medio de los tormentosos tiempos que se viven. Festejamos el mundo que construyó ya que nos mostró la posibilidad de usar la imaginación para soñar realidades mejores a la nuestra, pero, ¿sabemos cuál es nuestra realidad? Gabo nos respondería en voz de Magdalena: “No te asustes –le dijo–. Ella lo entiende. Más aún, creo que es la única que ya lo había entendido cuando decidió que la enterraran en la isla.”
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…