El lenguaje es la única oportunidad que tenemos de preservar nuestros recuerdos, de llenar los vacíos que el tiempo deja en nuestra memoria. Al escribir descubrimos y mostramos un mundo y un tiempo desconocido para el otro, lo hacemos parte de nuestra imaginación, y construimos con ese otro, el lector desconocido, un puente de palabras. Al escribir se descubre el futuro: se llena la mente, del otro, de tiempos y espacios nunca imaginados.
Estamos compuestos de memoria y palabras, al menos es la sensación que deja la lectura de la magistral novela Hasta que empieza a brillar (Alfaguara, 2025) de Andrés Neuman, donde se rescata la figura de María Moliner, su trabajo, tiempo y las dificultades a las que se tuvo que enfrentar frente a una realidad arbitraria y excluyente.
“Si la memoria se basa en omisiones, si la infancia era un cuaderno de páginas arrancadas, entonces una crecía entre huecos. Sobre todo cuando se recibía una buena educación en el olvido.” La vida del humano transcurre tan de prisa que rápido olvidamos lo que hicimos el día anterior: quizá, por la rutina que hace que nuestros días no sean muy diferentes el uno del otro; o tal vez, por la necesidad de vivir lo que sigue. No somos capaces de detenernos a pensar en el futuro, los momentos de calma nos llenan de recuerdos, vivencias, del tiempo pasado, todo ello cimbra nuestras vidas y nos exige recordar, esto únicamente es posible cuando se escribe.
Cuando escribimos sucede un milagro: aparecen recuerdos, palabras. Nos convertimos en memoria, esta es la idea que plantea el libro de Neuman. El Diccionario de María Moliner demuestra que las palabras no son producto de la erudición sino de la memoria y del conocimiento de la condición humana. Moliner desafía a los académicos –a los machos de su época, al régimen franquista– para construir con palabras su propia revolución: la de una mujer que transforma su tiempo.
La novela, entonces, tiene una originalidad narrativa única: construir la vida de María Moliner para dar a conocer, al lector, de dónde surgen las palabras, cuáles son los retos a los que se enfrenta y cómo es que la palabra permite que su presencia vaya más allá del Diccionario.
Moliner se convierte en el personaje principal de su historia donde se enfrentó a los hombres-machos: “La discusión fue tan acalorada que sólo dos corbatas –los relatos posteriores discreparían sobre cuáles– se mantuvieron en sus cuellos. ¿Un diccionario alternativo? ¿De una mujer? ¿De oscuro pasado político? ¿Enmendándole la plana a la mismísima Real Academia? El proyecto rozaba delirante.” Es la mujer que no solo escribe, sino que asume una postura política, defiende el libro, es madre, esposa y la hija que es abandonada por su padre, la primera gran ausencia –“Sintió entonces el impulso de rebautizar la ausencia. ¿No era ese el trabajo del lenguaje, crear presencia con lo que faltaba? Y María lo llamó como el abuelo que jamás tendría”– y tal vez, el motivo de imponerse a lo establecido, desafiando a la sociedad de su tiempo.
Andrés Neuman al escribir su novela nos hace saber que el escritor es el arqueólogo de la memoria. Le da vida a los hechos, nos recuerda que el pasado vivo alienta al futuro, que recobrar la memoria de las sociedades es la posibilidad de no caer en los mismos errores. El pasado que es memoria viva al ser nombrado, en presente, nos alienta a imaginar un futuro mejor como sociedad.
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…