Hay personas que se miran al espejo y se sienten enormes. Se ven como salvadores de una nación y anuncian una “era dorada.” Su llegada no es la de un ser normal, su sola presencia, en el poder, es el retorno al tiempo de grandeza. La locura se convierte en realidad cuando otros aplauden eufóricos y creen, como si se tratará de fe, en los enunciados populistas-religiosos que proclaman el cambio, inmediato, que se vivirá.

La política es palabra e imagen. Los enunciados, repetidos sucesivamente por el líder, recogen el sentir más profundo y escondido en el pueblo, quien no se atrevía a decir lo que en realidad pensaba, por eso respaldan y aplauden a quien lo grita desaforadamente. La democracia, en este sentido, se convierte en un juego irracional donde no ganan las ideas y se impone lo irracional, lo que atenta contra la lógica de la construcción racional de un programa de gobierno.

Todo lo anterior describe la llegada, por segunda ocasión, de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Un hombre que se miró al espejo y se sintió un prócer, sin darse cuenta que es el reflejo de un pequeño Napoleón. Un líder bananero versión norteamericana que comparte más características con Nicolás Maduro que con los grandes estadistas de su nación. Un político plagado de ocurrencias que terminarán por toparse con los pesos y contrapesos, históricos, de su nación.

Trump inicio con un discurso parecido al de 2016 donde repite lugares comunes que irremediablemente se encontrarán con la realidad de EU: los grandes capitales como los de la industria automotriz y la división entre los Republicanos, no todos comparten las propuestas de Trump. Es un hecho significativo que entre sus invitados hayan destacados los dueños de las grandes plataformas digitales, pero la composición política y económica de EU será el mayor freno a sus locuras.

Otro contrapeso es el orden mundial, hace mucho que EU perdió la hegemonía mundial, China es un polo económico y político que juega un papel central en las decisiones mundiales, a ello se suma Europa con sus altibajos políticos y económicos; y América Latina, gobernada, en su mayoría, por políticos de izquierda, por ello el mensaje al invitar a Javier Milei y no a mandatarios como Lula o Claudia Sheinbaum, es que desde Washington se intentará imponer e intervenir, como sucedía en el siglo pasado, una ideología de derecha que mine los gobiernos progresistas, su punto de partida será justificarse en las dictaduras, dañinas, que se escudan en banderas progresistas: Nicaragua, Venezuela y Cuba.

Las ocurrencias del pequeño Napoleón generan risas entre los mismos norteamericanos como la que esbozó Hilary Clinton cuando Trump mencionó la locura de nombrar al Golfo de México como Golfo de América.

Vivimos un déjà vu, todo esto ya había sucedido hace ocho años, con la diferencia de que Trump llega con más poder, pero la misma historia democrática de Estados Unidos le pondrá los límites, para entender el pasado abría que releer La democracia en América de Alexis de Tocqueville y comprenderíamos por qué el pequeño Napoleón tiene pocas oportunidades de concretar sus locuras: Canadá como estado 51, adquirir Groenlandia, retomar el control del Canal de Panamá y súmensele. Quizá el mayor riesgo lo representa la presencia de Elon Musk y su proyecto de dominio tecnológico; da miedo pensar en el saludo nazi que expresó en uno de los eventos de investidura.

Trump, el pequeño Napoleón, tendrá su propio Waterloo…

Hasta aquí Monstruos y Máscaras…

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