Carlos Fuentes no solo fue el gran novelista, también emprendió una enorme labor como ensayista: retratando la cultura y literatura hispánica. Heredó el concepto “la tradición de la Mancha”, con lo cual se insertó a una corriente literaria que encontró en América Latina respuesta hasta la aparición de las Memorias póstumas de Blas Cubas (1881) de Machado de Assis, donde el lector es autor del libro; es un elemento activo que al leer escribe. El lector es visto como constructor del libro y le dota a la literatura posteridad del tiempo: cada nuevo lector es el primer lector, entonces la obra leída es una novedad en el futuro, sin importar el tiempo en que fue publicada.

Fuentes es un escudero de la Mancha, da continuidad a la tradición cervantina, por ello se entiende la multiplicidad de géneros que manejó: novela, cuento, ensayo, dramaturgia, poesía, periodismo. Fue un autor que entendió la condición humana y supo que la comprensión del presente estaba forzosamente ligada al conocimiento del pasado.

“La tradición de la Mancha” tiene como su centro el uso del lenguaje, el manejo perfecto de la palabra: que bien utilizada es capaz de transformarse en imágenes, en hacer que la literatura recobre una vida más creíble que nuestra propia realidad. En su ensayo Cervantes o la crítica de la lectura (1976) Fuentes menciona: “De esta manera, la gestación del lenguaje se convierte en realidad central de la novela: sólo mediante los recursos del lenguaje puede liberarse el tenso e intenso combate contra el pasado y el presente, entre la renovación y el tributo debido a la forma precedente.”

Si el lenguaje es la clave, la literatura es la herramienta para desafiar los problemas que nos aquejan como sociedad. Nunca como ahora es imperante mirar en la lengua una de las soluciones para rebasar los males que nos aquejan de nuestra sociedad. Es la literatura la materia viva a la mano del ciudadano que cabalga “A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado” escribiría Dante en su Divina Comedia.

Convertirnos, como Fuentes, en escuderos de la Mancha es la solución más vital que tenemos para defender los valores, los sueños, los anhelos y la imagen de un mejor futuro que merecemos como sociedad. La lectura es entonces el único camino para alcanzar ese objetivo. Pero no cualquier lectura, sino la de nuestros clásicos, la de aquellos autores que fueron capaces de retratar la realidad y de pensar en el futuro. De profetizar los problemas, de adelantarse a las posibles inclemencias del tiempo por venir.

Platicaba con un amigo librero y le pregunté: ¿qué libros compran más? Los clásicos, fue su respuesta. Y no lo dudo. En un tiempo de inmediatez, donde se piensa que la brevedad es lo mejor. Los grandes libros, no solo en calidad sino también en cantidad, son la posibilidad de recuperar el tiempo de ocio para contemplar, sin la fatiga del presente, obras como Don Quijote, El Conde de Montecristo, Cumbres borrascosas, Cien años de Soledad, Terra Nostra y súmesele. Vencer la literatura fast food, que se vende hoy, es darnos la posibilidad de desconectarnos de una actualidad asfixiante y deprimente. Volver a los clásicos es recobrar el tiempo donde éramos más humanos que una máquina, nos hace la vida más fácil sin importar que eso nos borre como seres pensantes.

Recuerdo a Carlos Fuentes, mi maestro, lector del Quijote, defensor de la lectura y pienso que es buen tiempo para leer Terra Nostra, una obra que nos une con el pasado y otras naciones; que nos da respuestas para un tiempo difuso y peligroso.

Hasta aquí Monstruos y Máscaras…

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