Para las víctimas que buscan justicia

Los pederastas destruyen vidas porque pueden hacerlo. Saben de antemano que de su lado cuentan con muchas complicidades, sumado a que el miedo y la ley, los protegerá más a ellos que a sus víctimas.

El primer paraíso es el silencio de las víctimas. Ese silencio que tortura y va matando día con día a quienes debieron protegerse y terminan viviendo con culpas y miedos, que en la mayoría de los casos, los acompañan el resto de sus vidas. Esas culpas y miedos que no son parte de la vida de los pederastas.

Creer a las víctimas es obligatorio, solo escuchando sus voces y testimonios evitará que de un plumazo desaparezcan, se pierdan, se alteren, o simplemente se archiven carpetas de investigación.

Cuando la respuesta a una o un sobreviviente de violencia sexual infantil es un “no te creo”, el pederasta festeja porque sabe que a partir de ese momento su poder será mayor para seguir destruyendo a quien se ha atrevido a romper su silencio, y también, podrá seguir destrozando muchas otras vidas, pues como bien señalan los especialistas, un pederasta ataca al menos 61 veces en su vida.

Otro paraíso que les abre el camino son sin duda, las diversas complicidades con que las cuentan, y una de la más comunes, es de alguien o algunos cercanos y cercanas que siempre lo supieron o al menos lo sospechaban, y decidieron ponerse del lado del delincuente para fortalecer sus paraísos.

Aun cuando alguien más decida creerle a las y los sobrevivientes, lo más probable es que enfrente enormes desafíos como los fuertes y severos juicios, tanto del entorno más cercano, como de quienes sin haber escuchado siquiera a la víctima afirman barbaridades.

Ejemplo de ello: “seguro le gustaba”, “¿por qué tardó tanto en hablar?”, “ya estaba grande como para no defenderse”, o las consabidas sentencias que sólo abonan al sentimiento de culpa de quienes han dado este paso al frente.

Es muy común que el pederasta encuentre apoyos familiares, -otro de sus invaluables paraísos-, pues aun tratándose niñas y niños muy pequeños, la familia prefiere callar o ser indiferente.

Si a este apoyo que recibe el pederasta de familiares cercanos se suma el poder económico y político, lo más probable es que las y los sobrevivientes sean revictimizados una y otra vez, y que la justicia tarde años o no llegue jamás.

He visto tantos casos de quienes conociendo las pruebas y el horror que esto ha significado en las víctimas, eligen ser los grandes protectores de pederastas, sin importar que las víctimas sean niñas y niños muy pequeños, y los victimarios sus propios padres o familiares cercanos.

Está también el paraíso de las complicidades logradas a base de sobornos, corrupción, amenazas y conveniencias que sólo fortalecen a los pederastas. El listado es por demás abundante, llegando en muchas ocasiones hasta las últimas instancias del Poder Judicial.

Sin jueces y juezas corruptas el paraíso gigantesco de la impunidad empezaría a estrecharse para estos delincuentes, pero las realidades que enfrentamos a diario son cadenas de obstáculos infranqueables para quienes exigen justicia.

Por estas y muchas otras razones, es urgente cobrar conciencia y no dudar en ponerse del lado de quienes finalmente han roto el silencio, las víctimas.

Ningún pederasta en familias, escuelas, comunidades religiosas, actividades deportivas, hubiese podido llegar tan lejos sin saber que cuenta con estos y otros paraísos. Así que es hora de preguntarnos, ¿en nuestro actuar cotidiano estamos del lado de las víctimas o de los pederastas?

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