Como desde hace tiempo ha bajado la venta de DVDy Blu-ray por culpa, venganza o revancha de la digitalidad de las plataformas de streaming, los títulos que mes a mes ofertan los jerarcas de Netflix y Amazon Prime Video se han vuelto de lo más predecibles, de modo que es casi un milagro que aparezca algo verdaderamente nuevo, que no huela a refrito.
Mientras los pillos de siempre en materia de “entretenimiento”, como Izzi TV, lanzan sus redes en busca de incautos que estén dispuestos a rentar películas y series de catálogo infumable, otros emporios fílmicos, grandes, chicos y del montón, amenazan al respetable con títulos para salir corriendo.
Así las cosas, en tiempos temerarios aparecen cosas como Vampiros contra El Bronx (imaginamos que el neoyorquino, porque el colombiano, donde se trafica droga y muerte, sí que da miedo) que suena a hijo bastardo de Stranger things y otros terrores baratos en busca de dar el campanazo con mínimas inversiones.
En el orden de las series alemanas extrañas del tipo Dark, que acabó dando gato por liebre a un mareado espectador por la incomprensibilidad de sus saltos en el tiempo, llegan ahora historias paralelas con más de lo mismo, sin que haya nada nuevo.
Por eso, con semáforo en rojo para las películas y series de superhéroes, los géneros convencionales y que siempre son efectivos como el thriller, siguen siendo la mejor opción para sorprenderse.
Un ejemplo de ello es la cinta francesa de Netflix La bala perdida, modelo del nuevo cine criminal negro, de acción, vertiginoso, intenso y sorpresivo.
También disponible se encuentra un nostálgico viaje al pasado criminal de Superfly (1972) con un remake del legendario blaxplotation, en el cual un traficante de cocaína decide hacer un último trabajito antes de dejar (algo que no se puede) el negocio.
Se trata pues de un thriller callejero de chapucería refinada, pero honesta, en estos tiempos de estafas televisivas.
Finalmente, en pleno racismo gringo que acabó con los insignes Washington Redskins, alguien se atreve a mezclar un viaje de carretera en los años 50, con los monstruos arquetípicos inventados por H.P Lovecraft, basados en una novela de Matt Ruff.
El título, Lovecraft country. Ya no saben ni qué inventar.
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