Spotify, Amazon Music, Apple Music y las demás plataformas emergentes que ofrecen lo último en novedades musicales con opciones familiares o premium, siguen enfrascadas en una batalla sin fin entre el sonido original del vinilo y las infinitas posibilidades digitales de las plataformas.
Los defensores de la resina negra, que a últimas fechas ofrece la opción del color, y que, por supuesto, tienen equipos de alta fidelidad con tornamesas y agujas profesionales, le son fieles al pasado inmediato sonoro. Por otro lado, los que quieran tener la música curiosa digitalizada, si cuentan con un equipo profesional de audio, van a oír sus canciones favoritas, o la totalidad de álbumes, como dioses, con lo más reciente en tecnología sonora.
Sin embargo, no hay que descontar las variables, como el coleccionismo. Éste, como tal, ofrece posibilidades de fetichismo, en cuestiones de casi hacer el amor con las portadas de los discos.
Hace mucho que los discos de vinil aumentaron sus precios y reajustaron la demanda que tienen. Mercado libre y Discogs, por ejemplo, no son lo que se dice, un buen termómetro para su cotización. Lo que ofrecen, muchas veces no es garantía de buen estado, sus precios casi siempre están inflados y los compradores acaban cayendo en una especie de estafa legal. En ese sentido, es mejor negociar con el vendedor y revisar uno mismo el estado del disco y comenzar la rebatinga.
Las plataformas, sobre todo si se tiene un buen componente de audio, ofrecen mejor sonido que los LPs, aunque hay muy pocas excepciones. Donde sí apabullan al vinilo es en el inmenso catálogo de millones de canciones que ofrecen a sus usuarios, con una tecnología digital depurada.
Las listas de canciones que uno puede confeccionar pueden ser infinitas, lo mismo por tendencia que por estilos, rescatando discos en digital imposibles de conseguir, salvo un milagro.
Psicodelia al estilo de los Blues Magoos, pop exuberante al de Los Zombies, experimentación alternativa, al estilo de Eels; rock progresivo de brutal experimentación, como el de Frank Zappa, con o sin los Mothers of Invention, Indefinición sonora como la de The Fugs; Inclasificables como The Residents, nostalgia setentera con el “Salón de la Fama”, Dión Di Mucci, palabras mayores de futurismo vanguardista, minimalismo y hasta pre-punk como Stockhausen, John Cage, Edgar Varese, Pierre Boulez, Philip Glass, Michael Nyman, e Italianos sui generis como Matia Bazar o Franco Battiato, poco explorados.
Todo y mucho más está en los archivos de Spotify, con más que la ritual inmediatez de los discos de vinilo, que primero debe pasar por el hospital y las cirugías, para determinar su estado y los grados de scratch, a los que van a ser sometidos, una vez adquiridos.
La inversión de los equipos de audio, se ha ido por los cielos, así como el poder sonoro de las bocinas con que se deben acompañar, para tener una sensación profesional de audio (cosa que no se logra con todos). En cuanto a precios, uno sabe mejor que nadie en dónde invertir, si en el terreno digital casi instantáneo, o los protocolos que son norma en los Long Plays. Pero hoy en día, parece que la batalla la va ganando lo digital, por rapidez, localización, listados de canciones, tracks que no vienen en los discos de vinilo y, muchas veces, ni en los CD.
Los que lloran y se jalan los pelos son los vendedores de lugares especializados en álbumes viejos, por los que piden una millonada o su equivalente para algún intercambio, porque el panorama ya ha cambiado y, la verdad, ya hay muy pocos, que pagan precios estratosféricos, por un álbum con funda interior e insertos. Sin embargo, siempre habrá locos que compran no para oír, sino para guardar una o varias copias de cualquier parte del mundo, y presumir cierto estatus en el mundo discográfico. Pobrecitos porque compran para guardar, no para escuchar.