Streets of fire (Calles de fuego), dirigida por Walter Hill, con guión de Larry Gross, y del propio Hill, más un gran reparto encabezado por Michael Paré, Diane Lane y Willem Dafoe, llevan al espectador al rock and roll ochentero con una gran y emocionante fábula musical.
Teniendo como escenografía un peligroso panorama atemporal, la banda criminal motorista de Los Bombarderos lidereada por Raven Shadock (Dafoe) secuestra a una preciosa cantante, Allen Aim. La única esperanza de ser rescatada y volver a la normalidad reside en héroes atípicos como el novio de Aim, que vive de la recompensa y el oportunismo de titanes de ocasión como Cody (Paré) y su ayudante McCoy.
Ambos no van solos, están acompañados por el mánager de la cantante, Billy Fish (Rick Moranis), donde las calles no solamente son peligrosas, sino que presentan unos villanos antológicos dignos de algún Rotten Tomatoes.
En el portal, por cierto, obtuvieron el 60% de críticas positivas, reivindicando calles de las ciudades de Chicago y Los Ángeles, en donde fue rodada la película en aquel 1984, en medio de emociones encontradas. También hay que mencionar las actuaciones de Bill Paxton y de Ami Madigan.
Cuando se estrenó en México tuvo muchas críticas favorables entrando al llamado culto cinematográfico, por sus números musicales emocionantes bien coreografiados y excitantes.
Luego, Michael Paré, junto con Tom Berenger fueron los protagonistas de otra película de rock and roll de Martin Dadvison, Eddie and the cruisers, que los de buen ojo identificarán como una biografía alternativa de Jim Morrison, quien fuera el cantante de la agrupación Los Doors.
La trama involucra a una audaz periodista que pretende hacer un reportaje sobre la banda de Eddie. Para alzanzar su objetivo, se presta el compañero del grupo, Frank Ridgeway (Tom Berenger), que ahora es maestro de música.
Los recuerdos y apariciones de otros compañeros de la banda le dan historia, leyenda y nostalgia a Eddy o tal vez Jim. Bien estructurada, la película contó con una secuela rodada en 1989.
La misteriosa muerte o desaparición del cantante de la banda, del que nunca se encontró su osamenta, fue el pivote que hizo desaparecer al grupo, el mejor de todos en los años 60.
Tras 25 años de aquellos sucesos musicales, su sello discográfico decide sacar un álbum conmemorativo de esos tiempos, planteando que bajo una identidad falsa situada en Montreal, Canadá, reside Eddie, eso da la disyuntiva de vivir en el anonimato o regresar a su gran pasión: la música, porque tanto Eddie, como Jim Morrison, parece que viven.
Se trata de otro cine rockero, sumamente disfrutable que no está en plataformas, por eso hay que buscar en las ediciones piratas de lugares emblemáticos que ofrecen otras perspectivas que, lamentablemente, ya no se filman, ni se acercan a lo que hay.