Ya no es cosa de especulación, la realidad es que el disco físico, y sobre todo el de vinil, ya se están despidiendo de la afición que ha sido amante fiel de la música en todos sus géneros y variantes posibles.
Las disqueras que quedan, que cada vez fabrican menos producto físico, le están dando la espalda al que en otro tiempo fuera su más fructífero negocio.
Tal parece que ahora, el que no usa las plataformas digitales está simplemente fuera de la jugada.
Aquí es donde se plantea el dilema de estar al día en lanzamientos de streaming musical, o vivir en el pasado, ya que se editaran muy pocos discos a pedido especial, de esta fauna que está acostumbrada a tener en las manos el acetato negro, o a colores, para convetirse en algo coleccionable.
Ya se sabe: bajo ninguna razón hay que abrirlo, so pena de una inesperada devaluación.
Muebles para almacenarlos y clasificarlos sirven sólo para presumirlos y hablar de las bondades que pueda otorgar el coleccionismo, cuando la verdad es lamentablemente otra.
Todo ese ritual de abrir un disco y ponerlo sobre las cada vez más caras tornamesas, dotadas de agujas elípticas y más, rivaliza en este mismo momento con el sonido de los modernos equipos de reproducción del último aferre físico: el disco compacto que ofrece todavía una tecnología de audio insuperable, por más que se diga lo contrario, y no se exponga su resistencia al tiempo.
Sin embargo, las nuevas plataformas digitales también están en posibilidad real de superarlos en cantidad y calidad y por mucho.
Y lo más importante: su catálogo es todavía más que impresionante y no ocupa más que el espacio de almacenamiento de una computadora y, en el menor caso, el de un teléfono celular, contra el beneficio que le pueden dar al oyente tan sólo con un modesto equipo de audio de los que existen hoy.
Prácticamente no hay un género, o un estilo, tendencias y variadas combinaciones de directrices sonoras que se les escape hoy en día a las plataformas.
Uno puede revisar a diario artistas consagrados, grupos insuperables, rock en todas y cada una de sus acepciones, metal, progresivo, experimental; sus variaciones góticas y dark, la cantidad desconocida de música electrónica donde muchos creen que está la verdad absoluta en materia sonora.
Por otro lado, están explosiones de punk y new wave, pop, power-pop, clásicos del glam, country, jazz, música clásica y un largo y muy recomendable etcétera, para los que están buscando nuevas sensaciones sónicas.
Los nombres son más que atrayentes desde Beatles o los Rolling Stones, pasando por reyes como Elvis, asociaciones policiacas (Police), encontronazos (The Clash), experimental extremo (Bonzo Dog Band), Retos sonoros inimaginables (Frank Zappa & The Mothers of Inventión), demoliciones sonoras como (las de Karlheinz Stockhausen, Pierre Henry, John Cage y Phillip Glass) al lado de Edgar Varese, Xenakis, Pierre Shaeffer, Pierre Henrry, Música Concreta… A muchos les sorprendería la cantidad de rock, excelentemente clasificado, por nación y tendencias como por ejemplo el de nuestro país (donde se produjo hace años El Tarro de Mostaza y todas las excentricidades del Capitán Pijama, Alex Ice & Drinks y Carlos Alvarado) que, en estos últimos tiempos, ha degenerado con estilos vapuleados en sus épocas nacientes.
Ya no se tienen que ir (a menos que se desee) a tianguis institucionales con credenciales “culturales”, que han variado hacia las baratijas, y lo que se veía venir: todo lo que ya no se encuentra en producto físico, y más, está en la digitalidad de las plataformas.
Resultan fascinantes las infinitas posibilidades de encontrarse con lo desconocido de patrimonios sonoros que, de saberlo, muchos coleccionistas de prácticamente nada, morirían del infarto.