Tan sólo 500 ejemplares del libro El Vuelo del murciélago (2017), del propio Jesús Velázquez, cuarto luchador enmascarado en la historia del pancracio mexicano y excéntrico de probada calidad, bastan para dar fe de su cumbre y abismo. Subía al cuadrilátero con murciélagos verdaderos muchos años antes que el rockero Ozzy Ozbourne.
Aparte de fajarse como los buenos, muy cerca del ocaso de su carrera como luchador comenzó actuando en varias películas mexicanas con el Santo y Blue Demon.
De ahí pasó a su lucha con la máquina de escribir creando algunos guiones de películas hasta que la cirrosis hepática lo rindió. Su filmografía incluye cintas de culto como Ladrón de cadáveres (1957), de Fernando Méndez; la trilogía de la Momia Azteca (1957-1958) de Chano Urueta; y la serie Los Tigres del ring, del mismo Urueta.
Compuso también cuentos, poemas y escribió algunas canciones junto con artículos y crónicas del mundo del costalazo.
Entre llaves y patadas a la filomena, se topó alguna vez con el español Fernando Oses, amigo, argumentista y guionista de muchas de las películas de Santo y Blue Demon, y también actor del cine de luchadores. Siempre salía de villano. En la primera cinta de El Santo (contra el Cerebro del Mal), rodada en la Cuba de 1958, Oses, aparte de guionista, por poco le roba el estelar al Plateado, como luchador enmascarado: El Incógnito. En ese filme aparece por primera vez Rudy Guzmán, sin máscara.
Fernando fue también parte de las películas de Rafael Baldón, referentes a otro famoso enmascarado que, más que luchador era todo un científico: La Sombra Vengadora.
Sin máquinas del tiempo de por medio, La Sombra podía combatir a la Mano Negra (sin nexos con la mafia italiana) o ir a los tiempos revolucionarios de Pancho Villa en busca de tesoros escondidos en haciendas destartaladas, como la famosa Encarnación.
Siempre trabajó con buenos actores como Rafael Banquells, Yerye Beirute y Armando Silvestre, y aparece en el libro referencial ¡Quiero ver sangre! La Historia ilustrada del cine de luchadores (UNAM), en reveladora entrevista concedida a Brian Moran, en la publicación especializada Santo Street, poco antes de morir en México el 2 de mayo de 1999.
A este par de tipos se debe el desborde del género en su época de esplendor cinematográfico, con historias increíbles y por demás descabelladas que dejaban buenos dividendos monetarios en la taquilla, los que servían de soporte para que el cine mexicano brillara en los grandes festivales internacionales de cine.
Las películas de El Santo son un ejemplo contundente de ello, a pesar de que algunos críticos y funcionarios del cine nacional, pertrechados en la Cineteca Nacional, lo nieguen.
Uno de ellos, director de cine y servidor de la 4T, en pleno delirio de cine intelectualoide y de arte, casi declaró que por sobre su cadáver ahí se exhibirían varias de las películas de El Santo, antes que las de él que, dicho sea de paso, no ve siquiera ni su propia familia.
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