El domingo 30 de agosto de 2020, murió el galeno en artes médicas y cinematográficas, Juan Heladio Ríos Ortega, cuyo puesto en el tianguis del Chopo marcó derroteros insospechados en el séptimo arte, que era copiado (rescatado, dirían algunos) ante la chambonería rampante de las compañías grandes y chicas que sacaban uno que otro DVD.
Este doctor, que a mí me hizo caminar en sentido estricto de la palabra, era también compañero en las tertulias culturales que se organizaban en su modesto puesto chopense, en un espacio que iba directo a la descomposición, desafiado por grandes personajes como Carlos Monsiváis, Ríos Galeana Junior, Amat Escalante, El “Tío Robert” y otros afortunados que caían ahí.
El hechizo de lo que ahí se barajeaba –cine de culto, gore región 1, cine negro, cuidadas ediciones Criterion Collection, directores que cambiaron el modo de hacer y ver cine, thrillers casi inconseguibles, comedias negras y documentales enfermos, como la trilogía de Trauma y Rockus, entre una inmensa variedad de propuestas.
El Dr. Ríos daba consultas cinematográficas gratuitas, fundando una caterva de principiantes que multiplicarían el cine raro y extraño que recomendaba. Ya estaba jubilado de donde ejercía también como docente: la Escuela Superior de Enfermería y Obstetricia, del Instituto Politécnico Nacional.
El extenso catálogo de cine que multiplicaba la cultura, en un lugar supuestamente cultural dedicado al rock (que se ha vuelto un bazar sabatino de chucherías) y que cada vez se aleja más de su concepto original creado por los hermanos Toño y Jorge Pantoja, era no sólo único, sino fantástico.
Eso quedaba demostrado a la hora de encontrase cara a cara con Henry, de John McNaugton, Masacre en Cadena, de Tobe Hooper, El despertar del diablo, de Sam Raimi, el cine de los hermanos Marx, la mística oroliana aplicada al gansterismo nacional, los monstruos mexicanos y las personalidades secretas del Dr.Krup, “El Tuerto” y el cine locochón de Christian González, las sabandijas del cine de cabareteras del Indio Fernández, entre un laberinto continuo que no para en asombros y admiraciones.
A Juan Heladio lo calificaban algunos envidiosos como “El mayor vendedor de películas piratas de arte” y las malditas-benditas redes sociales luego hicieron su parte con publicidad tendenciosa, como una maldición. Una de las hermanas de este galeno, acabo crucificándolo, una vez muerto a los 60 años, al calor de unos pocos pesos.
Fue además filósofo, antropólogo y actor inesperado en la película Ok, está bien..., del comediante y provocador cultural, El Tío Robert, donde él y Rubén Sano se dieron con todo por una gran pasión: El Cine de luchadores, rumberas, cine negro mexicano y las películas retorcidas de Anderzej Sulawski.
Muchos dirán: “Pero si sólo fue un cameo”. No, señores, una cosa es una mini actuación de poco más de cuatro minutos que se da en la película, y otra muy diferente un cameo de segundos. Siempre presumió de ser un autónomo y no un médico gana-dinero.
Respecto al rock, decía que cada época va interpretando la evolución de la música. En el rock –afirmaba— ya está todo: sus influencias, etcétera. El único problema es que nadie nos enseña donde hay calidad, y donde no. Uno acaba aprendiendo más de los amigos que de la institución familiar. Hay que distinguir estéticamente nuestro momento. Los gustos acaban educándose y todo se mueve.
Finalmente, hay que decir que el talento se manifiesta de diversas formas y perspectivas y más aquí en México, donde no se lee ni se ve cine como se debería. Saludos al doctor en el cielo del infierno.
pepenavar60@gmail.com