Con los cines cerrados, el barrio bravo convertido en un corredor fantasma y alejado de las viejas y nuevas glorias del cine alternativo y, para colmo, con el tianguis del Chopo agonizando culturalmente en el rubro de cine para freaks, desde que Juan Heladio Ríos se fue de este mundo, los fans del otro cine se la pasan añorando viejos tiempos.

Y no es porque antes del Covid-19 estuviéramos mejor sino porque el buen cine ya no parece importarle a nadie.

Netflix y las demás plataformas de streaming no se cansan de ofrecer la mayor selección de películas anodinas, series soporíferas y comedias mezquinas. Muy de vez en cuando aparecen los garbanzos de a libra, como el caso de El diablo a todas horas, una de las mejores películas de este año.

Su director, Antonio Campos, que ya había dado muestras de un talento especial en mini series como The Sinner y pelis independientes como Simon Killer, hace una mezcla desbalanceada de locura religiosa, thriller psicológico y demencia virulenta instalada a fines de los años 50 y principios de los 60. La vida psicosocial de la América rural es también el arribo de un mal mayor: los asesinos en serie.

Las piezas de este también melodrama que roza lo gótico y perverso, avanza lentamente con una violencia exacerbada entre lo sórdido y el pecado violento en extremo. El fotógrafo Lol Crawley toma registro visual de una historia complicada con muchas vueltas de tuerca. Su simple entorno provoca escalofríos.

El narrador en off, da los puntos cardinales que traducen la novela de Donald Roy Pollock en un descenso al infierno que ocurre en un lugar de Ohio llamado Knockemstiff, sólo redimido por las balas de una amenazante Luger nueve milímetros de su protagonista, Tom Holland.

Pero hay más en torno a la redención cinematográfica de actores como el exvampiro, Robert Pattinson, más un reparto de auténtico talento para el mal (Bill Skargard, Mia Wasikowska, Jason Clarke, Douglas Hodge y otros casi desconocidos) que se abren paso entre oraciones fanáticas, asesinatos a mansalva y sacrificios balísticos, entre las notas musicales de Danny Bensi y Saunder Jurriaans.

Todo se siente y se ve tan intenso, que no sería casualidad que el auténtico Satán se apareciera por ahí, fuera del celuloide, para darnos su opinión de la crueldad y el manipuleo despiadado de una plaga de pastores fanáticos religiosos, que trafican abiertamente con el sexo, hasta nuestros días.

pepenavar60@gmail.com

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