Entre los LP todavía más más buscados, los que pululan como unos más del montón, las rarezas que se van acumulando en las estanterías de coleccionistas a quienes les gusta presumir discos, que ya no oyen o que jamás han oído, el dinero de lo invertido en vinilos, tiende a regresar, so pena de perder el efecto de recuperación con algo o casi nada de ganancia.

Como ya no hay garbanzos de a libra del tipo de "Kaleidoscope" (el vinilo coleccionable más caro, que ha dado lugar a las más descabelladas historias y teorías de cómo se consiguió, quién lo tuvo dentro de los pocos 600 discos que tuvo de tiraje inicial, quién lo vendió y cuánto fue la ganancia), que no interesa en la parte musical, sino en la edición como objeto, las sorpresas son pocas, incluso con las muy pocas reediciones, réplicas y añadidos a manera de bonus.

Por el caso contrario, discos como el "Arpía", de Cecilia Toussaint (cuyo contendido desde hace mucho está en plataformas) los de Guillermo Briseño y El Séptimo Aire, La Barranca, Fobia, Botellita de Jerez, varios del Tri de Lora, Los Amantes de Lola y otros, ya no tienen demanda ni en el Chopo, donde cada vez resulta más problemático vender un disco siquiera para recuperar la inversión de discos que se han vuelto una carga.

Lo mismo está pasando con colecciones de discos compactos como los del noventero sello Culebra, que ya han pasado al olvido permanente, con grupos como La Lupita, La Castañeda, Cuca, Tijuana No, Santa Sabina, Lagartos, Yucatán A Go.Gó, Ultrasónicas y algunos del sello Termita de la otrora BMG, donde se desempeñó como productor del sello, el ex-Caifán, Alejandro Marcovich, justo haciendo lo que no se debe hacer: abusar del artista. Lo producido en ese periodo que ya nadie quiere, son ahora una nostalgia desperdiciada.

Muchos de esa camada, a pesar de que siguen subsistiendo a duras penas, han visto cómo se deprecian sus grabaciones, perdidas hasta en los lugares que supuestamente se dedican a discos descatalogados y rarezas alguna vez editadas.

En contraste, algunos grupos como los legendarios Dug Dugs nunca han dejado de insistir con su discografía, reciclada varias veces y hasta con ediciones de vinilo en color que no dejan de venderse a precios accesibles.

Y ni que decir de uno de los sambenitos más cimentados en la nostalgia mexicana de nuestro rock: El Festival de Avándaro, que cada año ofrece nuevos descubrimientos de un evento en el que nadie se pone de acuerdo ni dónde estuvo el escenario, geográficamente hablando, ni la cuantía confiable de asistentes, ni la cantidad de hierba que aromatizó el ambiente.

Ah, pero eso, sí, año con año siguen apareciendo grabaciones inéditas con las que hacen negocio los vivales de siempre, mientras nadie revisa a fondo, debajo de la cama de uno de sus productores: Luis de Llano, para dar con el paradero de las cintas “perdidas” que se filmaron del evento.

Según el encargado de la producción musical, Armando Molina, antes de morir, afirmó que iban a quedar en un archivo clasificado, que esperemos no sea como el de JFK, para ver quién verdaderamente estuvo cantando en el escenario, que estuvo alumbrado en las últimas horas por un foco de 60 wats (Molina dixit).

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