Con y sin discos de vinilo (los otrora long plays) o sencillos de 45 rpm, casetes o algún artículo publicado en diarios y revistas, cualquier grupo de rock mexicano puede acceder al membrete de “Leyenda del rock mexicano”. Si aparte aparecen mencionados en algún libro que documente de alguna manera su paso por lugares donde, a veces, tienen que pagar por tocar, mejor para su estatus personal.
Lo que más les gusta presumir en su anecdotario personal, es su marcha, alguna vez o varias, por el foro de Radio Chopo, en el corazón del emblemático tianguis sabatino, donde muchos ven pasar la vida. Si aparecen en algún documental testimonial de los muchos que pululan en YouTube, mejor; no importando su procedencia o si fueron rodados con alguna cámara profesional (que los hay bien hechos) o con un celular que le confiere a su poseedor el calificativo de “director”, “fotógrafo” e incluso historiador. Lo importante es darse el rol en el tianguis convertido en bazar de ocasión.
Otro grado aspiracional para ser “Leyendas” es tener un lugar de aterrizaje cultural y musical como el nuevo Foro Alicia, allá por el barrio de Santa María, o ser parte del cartel de algún festival, un podcast perdido, entrevistas que muy pocos se atreven a ver, aparecer en alguna compilación testimonial de su paso por uno que otro festival, con y sin identidad. Facebook es la plataforma más socorrida para anunciar sus apariciones, lo mismo que algunas otras redes sociales, que son gratis pero que no garantizan sino una mínima permanencia en noticas sumamente volátiles, que se ven con la misma velocidad con que desparecen.
Lo más penoso de las aspiraciones de identidad y permanencia en el circuito donde les tocó rockear para ser “leyendas” es el volanteo de sus presentaciones, la mayoría de las veces hecho por ellos mismos, la venta de merchandise (playeras, botones…) y los escasos discos que pueden llegar a grabar, sobre todo en estos tiempos ingratos, donde todo apunta para ser digital. Si están en alguna tribuna de las que pesan, como Spotify, en una de esas podrán ser escuchados con algún álbum grabado de donde son parte de una compilación aspiracional de identidad por la vía del podcast.
En cualquier coincidencia sónica, o como relleno de algún festival grande o chico, los nombres saltan a reclamar su paso por los entarimados donde, al mismo tiempo, pueden ser las estrellas por un día, o sus propios secres. Parte de sus trayectorias por nuestro rock han quedado como testimonio en algún disco compartido, en colecciones o series como las de Culebra, los primeros tirajes de Discos Denver o Termita (el lamentable proyecto de Alejandro Marcovich), lo mismo que movimientos rupestrosos donde Rockdrigo sigue siendo el rey y como dice Don Teofilito, seguirá.
Desde los Hoyos Fonquis, pasando por otros antros como la vieja Rockola, Rockotitlán, El 9, el muy sobrevalorado Tutifruti, todos lo que se saben de alguna manera leyendas han pasado por caprichosas listas de popularidad de revistas como "Rolling Stone", "Swicht", que ni en su momento (antes de volverse vocera de modas intrascendentes) eran confiables en el terreno de “éxitos” y “recopilatorios” de verdadera pena ajena.
Para colmo, como no hay aquí Salón de la Fama del Rock Nacional, los amagues de canonizar grupos están a la orden del día. Ni mencionar nombres de bandas, (que todos se las saben) porque, si las críticas no son positivas, sus seguidores se vuelven kamikazes en defensa de lo indefendible. No se mencionan bandas vividoras del momento, a manera de selección precautoria, porque nadie quiere comprar boleto para el averno, aunque hay algunos que lo adquieren de primera clase, no temiendo la ira de las redes sociales.