El destino siempre fue incierto con quien en vida (murió el 4 de diciembre del año pasado, a los 70 años) fue el más famoso asaltabancos y enemigo público número uno de este país.
Ríos Galeana, también conocido como El Feyo, no sólo tuvo su biopic (versión mini de 15 minutos) dirigida en 2005 por José Manuel Cravioto como trabajo universitario, a manera de ensayo, de lo que luego sería largometraje más libre, aunque menos histórico: El más buscado, que luego quedaría como Mexican gangster (2014).
En ambos trabajos fílmicos, Cravioto mezcla la realidad con la ficción de quien llevaba en los años 80 una triple vida para sobrevivir a una fama en la que no podía exhibirse. De seis a 10 de la mañana era comandante en funciones del temible Barapem del Estado de México. Al medio día asaltaba bancos como jefe de la gavilla, y ya en la noche cantaba enmascarado en un antro de la Zona Rosa como El charro misterioso.
Aunque en voz baja en el ámbito cultural mexicano está como mal visto hablar de personajes del calibre de un Goyo Cárdenas, Efraín Alcaraz Montes (El Carrizos, Rey de los zorreros), Daniel Arizmendi (El Mochaorejas) y Andrés Caletri (que casi intelectualizaron el secuestro, siendo su maestro y mentor Ríos Galeana) y el propio Charro que le autografiaba y mandaba sus discos al comandante que lo perseguía, todos son personajes de un México que ya no existe más.
De ahí los documentales y las películas que acaban mitificándolos en mundos paralelos de nuestra cultura como los malos. El periodista Humberto Padget, en su libro Jauría, la verdadera historia del secuestro en México, hace un relato a los descensos infernales del secuestro con las bandas que cambiaron las directrices del secuestro y los criminales más representativos e infames que operaron en el entonces DF.
Un capítulo está dedicado a la cumbre y el abismo de Ríos Galeana. Adicionalmente a la información delincuencial, Televisa y TV Azteca le prestaron a Cravioto parte del pietaje real cuando era apresado y mostrado a los medios por las huestes de su “socio”, Arturo El Negro Durazo. Incluso éste, en sus momentos de más autoridad le decía paternalmente al asaltabancos: “Ándale hijo, explícale a la prensa como robabas”.
Al Feyo no había cárcel que se le resistiera y de todas acabó fugándose de una y mil espectaculares maneras.
Desapareció por años (vivía en EU) hasta que un problema con su green-card lo regresó a la ciudad de México y de ahí, encadenado al penal de máxima seguridad del Altiplano. Su vida terminó por una infección en la sangre, pero queda su grito de presentación bancaria: “¡Ya llegó su padre… ¡Quiero mi lana!”
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