Resulta inmensamente complicado, pero no hay otra salida: la edificación de dos Estados: Israel y Palestina. La dinámica de destrucción y muerte ha llegado hasta límites inconcebibles e inaceptables.

Recordemos que los que se conocieron como los acuerdos de paz de Oslo, estuvieron precedidos de dos cartas intercambiadas entre Isaac Rabin y Yaser Arafat en septiembre de 1993 “Arafat escribió a Rabin que la OLP reconocía el legítimo derecho de Israel a existir en paz y seguridad… Rabin respondió a Arafat que Israel lo reconocía como representante legítimo del pueblo palestino y negociaría la paz con la OLP”. (Mario Sznajder. Historia mínima de Israel. El Colegio de México. 2017). Fue un momento de inflexión en una sangrienta espiral de desencuentros. Era apenas el inicio de una ruta que debía desactivar las aristas más violentas del conflicto para edificar dos hogares nacionales. Tanto Arafat como Rabin tuvieron que derrotar fuertes reservas de sus respectivos ultras. En el Congreso Israelí se aprobó por una mayoría de 61 votos contra 50 y 8 abstenciones y en la contraparte “Arafat inclinó todo su peso y el de Fataj a favor del acuerdo” (Ibid.). Pudo ser una ruta de salida a un conflicto que arrastra muertos, heridos, destrucción, y un encono criminal que debe ser frenado, pero desde el inicio fue saboteado por los intransigentes de ambos lados.

Serán “los moderados” de ambos pueblos los héroes, si es que algún día se reabre paso la política de acercamiento, conciliación y reconocimiento de los derechos de una y otra nación; porque mientras la intolerancia, el no reconocimiento de los derechos de los otros y la expansión del odio continúen, no habrá salida (por lo menos civilizada).

Netanyahu y su política deben ser frenados. Su negativa a reconocer el derecho de los palestinos a contar con un Estado propio, su incapacidad para distinguir entre Hamas (un grupo terrorista) y la población civil, que está siendo masacrada, está acarreando ruina, muerte y dejando una estela de rencor que será difícil revertir. Sus oídos sordos a las exigencias de quienes en el pasado fueron aliados de Israel está aislando al Estado judío y segregándolo de la comunidad internacional.

Por su parte, Hamas, que nunca ha reconoció la existencia legítima del Estado de Israel y cree que ello la autoriza a secuestrar, matar, violar, mantener rehenes, tampoco parece ser el interlocutor adecuado en busca de una salida. Es más, son las atrocidades de Hamas las que supuestamente legitiman las acciones de Netanyahu, mientras que los actos repugnantes de este último son los que aceitan las reacciones del grupo terrorista. La intervención de Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina en la ONU, abrió un resquicio correcto: si se reconoce la existencia de dos Estados “Hamas no tendrá ningún papel que desempeñar en el gobierno” y tendrá que entregar las armas.

Se trata del conflicto de dos naciones en y por un pequeño territorio. Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza ocupan juntos un territorio de 26,545 kilómetros cuadrados. Y para tener una idea de lo que eso significa bastaría decir que el estado de Nayarit ocupa 27,857 km2 y Tabasco 24,351 km2.

La comunidad internacional, con sus muy disonantes voces, debería buscar fortalecer a aquellas corrientes que en ambas naciones están dispuestas a “apostar” por la convivencia pacífica en el marco de dos estados soberanos, quizá, con el tiempo, capaces de colaborar para su necesaria vida en paz. (Porque por desgracia hay demasiada retórica piromaníaca).

Profesor de la UNAM

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